Cómo la estupidez
puede ser útil

Giancarlo Livraghi – Julio 2012

Traducción castellana de Rudy Alvarado

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En dieciséis años de pensar y escribir sobre la estupidez (y muchos más siendo incómodamente consciente del problema), nunca me di cuenta de que podría ser “útil” (o incluso necesaria). Pero mientras más escucho, leo y aprendo, estoy empezando a creer que puede valer la pena considerarla también desde esta perspectiva.

Esto no quiere decir que se le deba alabar – ni siquiera irónicamente, como hizo Erasmo en su Encomium Moriae. Es una cuestión de tratar de entender si y cómo, a veces, la estupidez puede tener un papel significativo, no sólo perjudicial.

No es mi intención repetir aquí lo que escribí en Errare humanum est (capítulo 29 de El poder de la estupidez) sobre la importancia de aprender de los errores y el uso de errores deliberados en los procedimientos de prueba o desarrollo de proyectos científicos. Tampoco en la explotación maliciosa de la estupidez de los demás (La estupidez y la astucia capítulo 17).

Una manera de confundir el tema es creer que la estupidez es simplemente divertida o, sobre todo, muy útil a la hora de reírse a costa suya. Y caer así en la trampa de tratar como ridícula cualquiera opinión (o hecho) que no esté de acuerdo con nuestra forma de pensar. Es cierto que la ironía es un recurso, la diversión es agradable y reírse de tonterías puede ser relajante, pero es autodestructiva cuando se convierte en un subterfugio para evitar enfrentar el problema.

“La ignorancia es felicidad”, dice el refrán – “no saber” puede ser reconfortante. Pero es peligroso. He aquí un ejemplo de cómo la estupidez puede ser útil: cada vez que un error (nuestro o de alguien más) nos impone la desagradable tarea de comprender por qué y cómo ocurrió, si es que las consecuencias no son catastróficas tenemos una oportunidad de aprender algo que de lo contrario pudimos haber pasado por alto.

La historia de la ciencia y del conocimiento muestra que muchos de los descubrimientos más útiles se hicieron por error. Esto se debe no sólo a la disciplina intencional de explorar deliberadamente alternativas inverosímiles o no razonables. Se debe también muy a menudo al inesperado resultado de errores aparentemente estúpidos.

No sólo en la biología, sino también en la evolución de la cultura, no tendríamos sin la estupidez esas “mutaciones” que llevan a muchos fracasos, pero que también pueden generar desarrollos fértiles que de otro modo podrían no estar disponibles.

¿Cuántos incendios fueron causados por los experimentadores prehistóricos antes de que entendieron cómo dominar el fuego? ¿Cuántos valientes, pero incautos exploradores se ahogaron antes del desarrollo del arte de la navegación?

¿Qué tan estúpida fue considerado la primera persona que (probablemente en tiempos muy antiguos e indocumentados) pensó que la tierra pudiera no ser plana, pudiera no ser el centro del universo? ¿Cuántas personas en nuestro entorno actual probablemente tropezarán con un experimento defectuoso del que podemos aprender algo extraordinariamente importante?

Además de comprender la estupidez, a fin de evitar o reducir su daño, no es tan mala idea encontrar formas en que puede ser útil.

Por ejemplo, podríamos permitir que una duda o un pensamiento que percibimos como tonto o inútil pudiera vagar libre por un tiempo antes de eliminarlo. Si se le dejara crecer un poco en un invernadero aislado en el fondo de nuestra mente, quizás podría convertirse, inesperadamente, en algo que vale la pena considerar.

Muchas cosas que leemos o escuchamos son estúpidas, falsas, malentendidas o explicadas pobremente. Es una tarea molesta, pero necesaria, dudar, rechequear, repensar y corregir, pues podría suceder que en el algún lugar, o en una en apariencia intrascendente información hubiera algo verdaderamente relevante. Si estamos motivados por una punzante curiosidad, podríamos darnos cuenta de que una pequeña señal detrás de obvias apariencias podría llevarnos a interesantes senderos inexplorados.

Puede ocurrir de innumerables maneras que la solución a un problema difícil de repente resulta ser bastante simple. Después de que se ha encontrado, es obvio, pero sigue siendo difícil de entender por qué nadie lo había pensado antes.

Un recurso de vital importancia es el estudio de la estupidez en la historia. Una ciencia en continua evolución, porque el descubrimiento de fuentes perdidas o mal entendidas – así como los nuevos hallazgos arqueológicos – están ayudando continuamente a mejorar la comprensión y a cambiar perspectivas.

La extraordinaria utilidad de la historia (sobre todo cuando no es “reciente”) es que sabemos el resultado de eventos pasados. Es interesante conocer y comparar las diferentes explicaciones de qué, cómo y por qué se llegó a las consecuencias que hoy conocemos – que son a menudo muy diferentes a las intenciones y expectativas de quien estaba involucrado en ese momento.

Es un problema que las historias de éxito (real o aparente) tiendan a prevalecer, cuando podemos aprender más de los errores, fracasos y derrotas.

Las glorias de los ganadores están brillantes (o se hacen aparecer así después de que han triunfado). Es menos cómodo, pero más útil, explorar las tímidas, asustadizas y vergonzosas sombras donde se oculta la humilde historia de la estupidez humana, desde sus orígenes remotos hasta nuestros días.

Esto no significa que podamos darnos el lujo de cultivar, admirar, imitar (o incluso tolerar) la estupidez – como se hace con demasiada frecuencia, desde el fondo del pasado remoto a los tiempos turbulentos de hoy. Pero vale la pena entender cómo puede ser útil.



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