Los dinosaurios
no están extintos
(algunas
cosas que podemos aprender de la biología)
Giancarlo Livraghi Julio 2012
Traducción castellana de Rudy Alvarado
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Durante muchos milenios de historia y de desarrollo científico, nadie sabía, sino hasta hace unos doscientos años, que habían existido dinosaurios así como muchas otras especies antiguas o raras. El descubrimiento ocasional de un fósil desconocido fue percibido como un capricho de la naturaleza (o, tal vez, el resto petrificado de un dragón o alguna otra criatura imaginaria).
Una prolongada y profunda debilidad de la ciencia fue la falta de comprensión de la evolución. El Origen de las especies de Charles Darwin, en 1859, encontró más repugnancia que apreciación dentro la comunidad científica de su tiempo. Ciento cincuenta años más tarde todavía hay antagonistas obstinados que se niegan a aceptar sus consecuencias (sobre todo, pero no sólo, en relación con el origen de la humanidad).
El descubrimiento de gigantescos y terribles monstruos del pasado atrajo pronto también la curiosidad y la imaginación de personas que no estaban particularmente interesadas en la ciencia.
Mucho antes de que Michael Crichton, en 1990, escribiera su interesante novela Jurassic Park, ya había una impresionante ficción fantastica que hablaba de misteriosos renacimientos de terribles monstruos antropófagos. Era reconfortante saber que los verdaderos monstruos se habían extinguido mucho antes de que existiera cualquier ser humano, lo que nos libraba de horribles pesadillas, porque jamás ninguno de nosotros ha sido comido por un dinosaurio.
Han pasado menos de veinte años desde que Jurassic Park, en 1993, se convirtiera en la película por la que los dinosaurios se pusieron de moda hasta el punto de convertirse en juguetes, marionetas y dibujos animados. Pero incluso en ese pequeño lapso ha habido un desarrollo considerable de estudios sobre este tema.
De hecho, no todos eran tiranosaurios. Varios de los más gigantescos eran herbívoros. Y había varias especies no más grandes que un pavo. El desarrollo científico continúa y las perspectivas están cambiando.
Por ejemplo, ahora sabemos que, incluso si los dinosaurios antiguos hubieran desaparecido de repente por un evento cósmico o cambio climático, no habría podido permanecer como la especie dominante, ya que en cualquier caso la superioridad evolutiva de los mamíferos habría prevalecido.
Un reciente y muy relevante descubrimiento es que los dinosaurios no están extintos. Muchas especies que viven hoy en día son sus descendientes. Se llaman aves. (En realidad, algunos de los dinosaurios que sobreviven se acercan más a los reptiles, tal y como estábamos acostumbrados a pensar pero en la herencia-dino hay un número mucho mayor de las aves).
Sólo unos pocos dinosaurios podían volar. La mayoría de ellos no lo hicieron. Pero esta no es la cuestión. Varios de las aves de hoy no vuelan, como los pollos, pavos, pingüinos, avestruces, emúes, kiwis, etcétera.
El hecho es que los dinosaurios probablemente no eran como los vemos en los dibujos, películas o reconstrucciones de los museos. Todavía tenemos mucho que aprender, no sólo por su apariencia, sino que, más relevante aún, de su biología y genética.
Con la evolución, mientras que nosotros (mamíferos) dominamos la tierra (y también el mar), ellos dominaron el cielo, sólo con algunos de nosotros volando (los murciélagos). Sin embargo ahora nosotros tenemos aviones.
El aprendizaje más importante es en una escala mucho más amplia. Se trata de la vida en general y de la evolución humana en particular.
Determinadas especies o subespecies pueden extinguirse en el curso natural de la evolución (un sinnúmero de mutaciones nacen y mueren todos los días). Sin embargo, la herencia genética continúa y multiplica la diversidad.
De las muchas especies humanoides sólo una sobrevive en la actualidad. Los más recientes descubrimientos de la antropología muestran que las miles de millones de personas que viven actualmente son parientes muy cercanos, todos descendientes de un tipo humano particular que, según algunos estudios, doscientos mil años atrás se redujo a un pequeño número de personas muy bien organizadas en el extremo sur de África.
¿Significa esto que todos los otros seres humanos o pitecántropos se han extinguido? En realidad no. Muchos de ellos son nuestros antepasados. Compartimos con ellos gran parte de nuestra estructura genética y también similitudes culturales. Sin su contribución a la evolución de nuestra especie no podríamos ser lo que somos.
Es así también para la cultura, la civilización, el pensamiento. Estamos confundidos por una percepción de cambio continuo, que a menudo es sólo apariencia. Y (si miramos con más atención) consternados por la percepción dolorosa de cuántas oportunidades de progresar se han perdido y de qué maneras las cosas van de mal en peor, con una variación que va de lo ridículo a lo brutalmente desastroso.
También la extinción de los dinosaurios es un peligroso concepto erróneo como metáfora. Es peligrosamente simplista calificar como tal lo que nos gustaría que se desvaneciera. Por dos razones opuestas.
Una es que las actitudes y comportamientos inaceptables tienen la mala costumbre de sobrevivir (a menudo disfrazados) y es arriesgado suponer que han desaparecido. La otra es que muchas cosas y maneras de pensar son desechadas sin cuidado como viejas basuras y al final son mucho más útiles e interesantes que la tonta proliferación de presuntas innovaciones.
También tenemos que saber que, incluso si estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para aprender y entender, es probable que algunos dinosaurios culturales se escondan en alguna parte de nuestra mente. La eliminación de estos parásitos no es fácil. Tenemos que cultivar el arte sutil de la duda, para descubrir si y por qué algo que parece seguro necesita una reflexión.
No estoy tratando de sacar conclusiones. Sólo espero que estas observaciones puedan ser, no sólo para mí, un incentivo para pensar.
La comprensión del pasado nos puede ayudar a percibir las formas actuales y trazar del futuro. Por supuesto, hay mucho que aprender de la historia, que demasiado a menudo no somos capaces de explorar como magistra vitae. Pero tenemos que mirar también en las raíces profundas de la vida.
La naturaleza humana y su desarrollo son, intrínsecamente, biología. Una ciencia joven y fascinante en la que aún queda mucho por descubrir y entender.