El tema es ampliado y profundizado en el libro
El poder de la estupidez
(junio 2010)

Kali

El sutil arte
de la simplicidad


Por Giancarlo Livraghi
gian@gandalf.it
noviembre 2004

Revisión y actualización febrero 2010

Traducción castellana de Gonzalo García

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disponibile anche in italiano


Solemos hablar de “simples” o “simplones” para referirnos a los estúpidos, los ignorantes, los mentecatos que carecen de sentido común. Todavía es muy común el prejuicio según el cual la estupidez es sencilla, y la inteligencia, compleja. En realidad suele ser al revés. Cuando la inteligencia se presenta de un modo complicado, que cuesta de comprender, es que aún no está madura. Para alcanzar la plenitud debe evolucionar hacia la sencillez.

Complicar las cosas es muy fácil; simplificarlas es mucho más difícil. Los mayores avances en el terreno de la filosofía, la ciencia y la cultura pueden explicarse a través de conceptos claros y simples.

Lo mismo sucede en la práctica del trabajo diario o las relaciones personales: las soluciones más eficaces son siempre las más sencillas.

La fascinante experiencia de una síntesis creativa (o de una intuición que ayuda a resolver un problema) nos lleva casi siempre a descubrir que la solución – después de haber dado con ella – parece obvia, pero no podíamos verla porque nuestras ideas y nuestra forma de pensar eran demasiado complicadas.

La vida ha sufrido siempre toda clase de complicaciones innecesarias, causa de penalidades y tristezas. Nuestro estado actual de turbulenta transición empeora aún más las cosas. Ahora muchas cosas resultan más fáciles porque disponemos de unos recursos de los que antes carecíamos, que solo resultaban accesibles para unos pocos. Pero al mismo tiempo, estamos generando demasiadas complicaciones nuevas, provocadas por un aluvión informativo ineficiente, por nuestra conducta propia y la ajena y por una diversidad de penosos problemas, incluido el mal entendimiento y el mal uso de las tecnologías.

Estas complicaciones estúpidas son muy distintas del problema de la complejidad tal como lo estudia la “teoría del caos”. En los Pensamientos simples sobre la complejidad he simplificado el tema excesivamente, de un modo deliberado; pero aun así albergo la esperanza de que esto ayude a comprender más fácilmente algunas de sus implicaciones prácticas.

Hace muchos años – mucho antes de que nos metiéramos en el berenjenal de hoy en día – tenía un cartel colgado en mi despacho que decía: KISS (Keep It Simple, Stupid).

KISS, que en inglés significa “beso”, es aquí un acrónimo con el sentido de “No lo compliques, ¡estúpido!”. En castellano cabría hablar quizá del buen SESO: “lo Simple ES lo óptimo”; o, con menos palabras aún, de las ventajas del SI: “¡Simplifícalo, Idiota!”. Por el otro extremo campa el AMQS: “Antes Muerta Que Sencilla”. [N. del t.]

Pero este sabio principio se aplica muy pocas veces. En ocasiones lo señalaba cuando se presentaba alguien con un problema desagradable que no parecía tener una solución sencilla. Pero, sobre todo, lo usaba para recordarme a mí mismo que debía tomar una dosis de mi propia medicina.

Necesitamos muchísimo la sencillez. Aunque la tendencia imperante sigue añadiendo complejidad a la situación general, no es menos cierto que en los últimos años se ha ido extendiendo la sensación de que deberíamos cambiar el rumbo. Un ejemplo entre muchos es el brillante artículo de Gerry McGovern, publicado el 11 de diciembre de 2000: In praise of simplicity.

Explica que «vivimos en un mundo en el que se nos impone, a cada paso, el cambio y la complicación. Pero el mundo está devolviendo el golpe. La gente añora la sencillez».

La complejidad, afirma él, es una maldición.

Es un tipo de contaminación intelectual que asfixia la claridad de pensamiento. La complejidad no es una señal de inteligencia, sino más bien el indicador de una mente hiperactiva y sin contención. La auténtica genialidad, el buen diseño, es lo que convierte algo complicado en un producto fácil de usar y que genera beneficios reales. Es cierto que la gente “añora la sencillez”, incluso cuando no es plenamente consciente de cuánto la necesita.

¿Se ve satisfecho este anhelo? Desgraciadamente, no. Nueve años después, el 15 de febrero de 2010, Gerry McGovern publicó otro artículo sobre este tema: Eliminating bad complexity. Su idea principal es que complejidad positiva produce una mayor conveniencia, más oportunidades y más opciones. La complejidad negativa lleva a la frustración y a la pérdida de tiempo y dinero.

El misterio del capital, de Hernando De Soto, es uno de los libros más impresionantes que he leído. De Soto proporciona una gran variedad de motivos relacionados con la prosperidad de los países.

Una de las razones principales de que algunos países prosperen y otros fracasen es la corrupción y la complejidad de su burocracia. El gobierno actúa como un parásito. Te fuerza a seguir una infinidad de pasos innecesarios y complejos para cualquier cosa que quieras hacer. Muchas organizaciones tienen enemigos internos. Cada departamento y cada división se preocupa sólo por si mismo e introduce complejidades para que el conjunto de la organización dependa más de él. De hecho, la forma en que las organizaciones modernas se estructuran premia la complejidad negativa.

En la raíz del problema está el que los directivos fomenten y gratifiquen esta mala complejidad al establecer objetivos para cada departamento o unidad, en vez de premiar la consecución de tareas o la satisfacción del cliente.

Este principio no es válido solo para los productos o las tecnologías. Ocurre lo mismo con la información, el conocimiento, la organización y la administración.

La complejidad no es la principal causante de la estupidez del poder. Pero en muchas ocasiones el poder usa la complicación para incrementar aún más su dosis de estupidez; o la explota deliberadamente para confundir los términos, oscurecer las interpretaciones y ocultar hechos simples tras un telón de rebuscadas apariencias.

No son solo las burocracias, sino también otras ologarqías, grupos de poder y camarillas quienes usan con frecuencia una jerga complicada e incomprensible para la gran mayoría de personas, para así incrementar su control sobre la gente y mantenerla subyugada.

Los estudiosos y los “intelectuales” juegan muchas veces al mismo juego. Utilizan un lenguaje oscuro para esconder el hecho de que no saben de qué están hablando; mientras tanto, conservan el respeto reverencial que les observa la “gente normal y corriente”, así como su obediencia ciega, al hacerles creer que si ellos no les entienden es porque son estúpidos.

La inteligencia es claridad y sencillez, no oscuridad. Cuando lo que nos están diciendo no se entiende, el culpable de la estupidez es quien no explica bien las cosas.

Por descontado, no debemos confundir la sencillez o la simplicidad de la que hablamos con la superficialidad. Una explicación aparentemente simple puede ser una mera banalidad, un tópico de lo más tonto o una idea muy extendida, pero falsa. O un intento deliberado de ocultar el auténtico calado de una cuestión o de un debate.

Dicho de otro modo: la complicación suele ser estúpida, pero las respuestas “simples” – cuando son simplistas – no siempre son inteligentes.

Practicar el arte de la sencillez es tan sutil y difícil como usar la inteligencia. Ambas cosas necesitan dedicación, compromiso, paciencia, un análisis profundo y una curiosidad insaciable, además del cultivo infatigable de la duda. Incluso cuando damos con una respuesta o una solución clara o simple, siempre debemos tener in mente que quizá estemos pasando por alto otro enfoque que podría ser aún más sencillo y más efectivo.

Es una tarea infinita. Sin embargo, cuando hemos aprendido a disfrutar de su sabor, puede resultar muy gratificante, placentera e incluso divertida. Descubrir soluciones realmente sencillas es una experiencia feliz y a menudo estimulante.

La sencillez no solo constituye un logro intelectual; es también una emoción. Dar con la clave más sencilla para resolver un problema aparentemente complejo conlleva unos intensos valores estéticos. Nos ofrece una percepción clara y única de la belleza y la armonía.

Enamorarse de la sencillez puede resultar delicioso... y engendra más inteligencia.




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