El arte perverso del lloriqueo
(diez años después)
Giancarlo Livraghi diciembre 2011
traducción castellana de Marco Livraghi enero 2012
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No sé quién es el autor de este desagradable dibujo.
Se encuentra en varios sitios en el contexto de stop global whining.
Publiqué un artículo con este título en abril de 2002. Pero hoy en día tiene un significado más amplio y en una situación diferente. Entonces habían transcurrido unos pocos meses desde el asalto terrorista del 11 de septiembre de 2001. Durante muchos años se ha seguido, falsamente, invocando esa tragedia y sus secuelas como causa de problemas y abusos que tienen un origen completamente distinta.
(Véanse las observaciones sobre el tema publicadas cuando
el saqueo iba empezando Chacales, necios y desgraciados).Una diferente, pero igualmente absurda, falsificación ocurrió con el Euro. La moneda única en Europa había sido recibida con entusiasmo en 1999 como un gran éxito y un recurso maravilloso. Pero luego se convirtió, con mentiras descaradas y crudas, en un chivo expiatorio para todo tipo de errores, la estupidez, el abuso y la mala gestión en la política, las maniobras económicas y en la gestión de las empresas. Y hoy es aún peor.
Ya en 2002 había indicios de lo que sería la crisis económica. No eran nuevos. Ya se habían inflado y desinflado grotescas burbujas especulativas, pero los manipuladores financieros no tenían ningún deseo de permitir a sus víctimas de aprender la lección.
La supresión, en los años 80 del siglo pasado, de cualquier control sobre la especulación y la timba de las bolsas, ya había producido daños graves y era evidente que iba a ser peor. Ya hace diez años se podían hacer, por ejemplo, reflexiones de este tipo (que se encuentran en mi artículo de 2002).
«Está quien ha hecho perder a los ahorristas un montón de dinero en la bolsa y hoy se aprovecha de hechos resonantes como la estafa Enron (que no es, en lo más mínimo, un hecho aislado) para fingirse inocente y disfrazarse de víctima».
Pero eso, en comparación con lo que siguió, fue sólo un comienzo tímido. Era evidente que la situación iba a ser peor. Sin embargo, lo que siguió supera las hipótesis más perversas. No sólo en Europa perdimos la brújula, parece que estamos en el umbral del suicidio de la moneda única y de la Unión Europea, sino que todo el mundo parece condenado a una recesión de la que nadie puede entender la causa y menos aún encontrarle soluciones.
No hay necesidad de repetir aquí lo que escribí sobre la estupidez perversa de todo el marco. En Había una vez el mercado con adiciones posteriores y profundizaciones y otros artículos sobre el tema. Pero para empeorar las cosas hasta tenemos la manipulación del lloriqueo.
Si eran falsas y engañosas las promesas del todo va bien en la que hemos sido inducidos durante demasiados años (ver Entetanimiento) igualmente engañosas son las reflexiones sobre la crisis. Que existe en realidad, pero no es como la cultura dominante la describe, ni como aparece en la repetitiva confusión de los medios de comunicación.
La repetición incesante, obsesiva, de crisis, crisis, crisis, crisis no sólo produce una depresión patológica, sino también otras desviadoras complejidades.
Protestas legítimas, pero confusas, que montan mucho escándalo y se acaban sin producir ningún resultado. Egoísmos en los que buscamos refugio de la tormenta, olvidando la necesidad fundamental de la solidaridad social (ver La evolución de la evolución). Y también adicciones, ya que incluso sin querer uno se acostumbra y puede llegar a aceptar lo inaceptable.
A todo esto se añade la manipulación del lloriqueo. Sabes, hay crisis es una excusa recurrente para pagar poco y mal, explotar, despedir, mortificar, sacar provecho del malestar de los demás.
Los privilegiados se apuntan al malestar general para hacerse pasar por víctimas. Corruptos y corruptores, violentos y criminales, egoístas y explotadores, se sienten justificados por la percepción general de tener que sobrevivir al desastre. Sea cual sea el problema, es culpa de alguien más. Esto pasa en los escenarios de la política nacional e internacional y de la economía, igual que en muchas pequeñas historias de pequeños egoísmos.
En definitiva estamos en medio de una aguda y pandémica manifestación de ese monstruo destructivo que siempre ha sido el poder de la estupidez.
Sería un error decir o creer que es todo así. Si no estamos sumidos en la catástrofe final es porque muchos siguen haciendo lo que sea necesario, a comprender los valores de solidaridad, a trabajar para resolver los problemas en vez de buscar resquicios.
Conscientes, por supuesto, de la crisis no en la mitología de las apariencias, sino en su preocupante realidad. Pero no por ello desmotivados a mirar más allá del miedo y descubrir las posibilidades de hacer, en la práctica, algo útil, responsable, constructivo, solidario. En una palabra, humanos.
Entristecerse por aquellos que realmente sufren es dolorosamente necesario. En la ansiedad del miedo egoísta, no lo estamos haciendo con suficiente atención ni amplitud de perspectiva. Pero, incluso cuando es correcto, llorar no es suficiente.
Debemos actuar y reaccionar, cada uno dentro de su capacidad y habilidad (aunque observando con un ojo crítico la estupidez rampante del poder). Sin embargo, un paso necesario para ser menos confundidos es deshacerse de la perversidad de demasiados estériles e hipócritas lloriqueos.