Libro de Giancarlo Livraghi El poder de la estupidez
Un artículo sobre la estupidez
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El Sol de México 9 enero 2012
Letargo
Mi abuela le llamaba letargo. Se trata de ese sentimiento que nos impulsa a no querer hacer nada y que viene y nos ataca, precisamente, por la misma actividad de no hacer nada. La única forma de salir de ese estado de ánimo, de vencer al letargo, es haciendo algo, poniendo manos a la obra. Pero es ahí donde radica el problema principal que enfrenta el aletargado: en que lo único que quiere hacer es, precisamente eso, nada.
Es preferible permanecer tirado pensando en todas las cosas pueden hacer. Es preferible, incluso, aguantar la ansiedad que produce el cargo de conciencia de no hacer lo que se debe hacer antes que hacer algo. Salir del letargo es casi tan difícil como dejar de fumar. El mejor momento para repasar las razones que hay para dejar de fumar es fumándose un cigarrillo.
Ese es uno de los riesgos de las vacaciones: más cansancio, pereza del mundo y letargo. Las vacaciones dejan dos tipos de personas: aletargados que odian a los optimistas descansados y los optimistas que no entienden a los aletargados. Los optimistas se sienten confundidos, no entienden cómo después de vacaciones el otro puede estar aletargado. Los aletargados, en cambio, sólo sienten ganas de abofetear a los optimistas; aunque después de pensarlo un rato, se dan cuenta de que eso los pondría en acción, derramarían adrenalina, les exigiría argumento y confronta, en suma, los sacaría de su letargo.
Muchos, fundamentalmente los psicólogos, dirán que se trata de depresión. Sí, es posible, no discuto con ellos. Pero mi abuela decía que era letargo. Interpretando sus palabras, es un estado de ánimo provocado por una mezcla de extrema pereza, exceso de descanso y las dosis necesarias de egoísmo como para que deje de importarte que el mundo gira. Letargo: no sé si sea técnicamente correcto. Sin embargo, cuando mi abuela me veía así, aletargado, me mandaba a montar bicicleta.
Puede ser que Aristóteles haya gastado mucha tinta en explicar algo en lo que Sócrates no creía y que, en principio, es una causa del letargo: la akrasia. Sócrates pensaba que nadie obra contra lo mejor a sabiendas. En cambio, Aristóteles sostenía la posibilidad de que un hombre supiera lo que debe de hacer, cuáles son las acciones correctas que lo llevarán a la perfección de su ser, pero, sin embargo, voluntariamente no llevarlas a cabo.
Es un término muy sofisticado para una de las causas del letargo. La diferencia entre el letargo y la depresión es que el segundo necesita, en muchos casos, de medicinas y tratamientos especiales, mientras que el primero, lo único que necesita es fuerza de voluntad. Levantarse de la silla y ponerse a trabajar. Por ello, el aletargado es por definición un akratico, pues voluntariamente elige no actuar de la forma en que sabe que debe.
Los antiguos se equivocaban algo, en la existencia de las mágicas musas de la inspiración. En esa leyenda según la cual, el escritor, el músico, el pintor, el artesano, quien sea que se dedique a crear, se sentaba a contemplar la vida mientras esperaban el golpe milagroso de las musas. Era ahí, sólo entonces, el momento en que los individuos se ponían a trabajar y lograban éxito en sus empresas.
Según este cuento de hadas, uno puede salir involuntariamente del letargo y, no sólo eso, ser exitosamente productivo. Los que saben de letargos, saben bien, que si no lo combaten con trabajo la inspiración de nuevas ideas nunca vendrá. Por el contrario, el letargo puede ser el primer paso hacia la imbecilidad.
La primera vez que leí el magnífico libro de Giancarlo Livraghi, El poder de la estupidez, llamó mi atención el hecho de que no hablara de la estupidez y el letargo. Habla de la estupidez y la superstición, la ignorancia, la audacia, pero no de la estupidez y el letargo. No hay momento de en nuestras vidas en el que nos sintamos más estúpidos y menos productivos que cuando estamos sumergidos en lo que mi abuela llamaba letargo.
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