Las miserias de Harpagón
Giancarlo Livraghi Agosto 2011
Traducción castellana de Rudy Alvarado
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Con profunda gratitud a Molière por El avaro y a Plauto por la Aulularia
Existe una enfermedad que puede parecer, aunque no lo es, sólo un ligero malestar o un detalle irrelevante en comparación con los enormes problemas de la pobreza y la riqueza que siempre han plagado a la humanidad (y que han tomado un giro particularmente desagradable en la absurda y desesperada demencia financiera actual).
A pesar de que estamos inundados de pomposas advertencias sobre todo tipo de manías leves, o hábitos tontos, descritos como si fueran patologías mentales devastadoras, es curioso que no se presta atención a una menos evidente, y al parecer insignificante, afección que puede convertirse en peligroso veneno.
Esta se inicia con pequeños malentendidos sobre el dinero. Malestares aparentemente leves que pueden confundir incluso a las personas que no son, básicamente, mezquinas o avaras.
Las embarazosas miserias de Harpagón son provocadas por una mezcla insidiosa de miedo y desconfianza. Una ligera afección que crece con el tiempo, multiplicándose en ansiedad irracional, tensión y estrés que pueden causar enfermedades físicas, desatando un círculo vicioso en el que una duda pequeña crece para convertirse en una obsesión.
El envenenamiento puede ser causado también por angustias que no son (o no solamente) asuntos de dinero. La ambición, el arribismo, la arrogancia, el egoísmo, el protagonismo, la envidia, los celos... manías pequeñas o grandes que mezclándose aumentan la venenosidad del nauseabundo brebaje.
Este síndrome, caracterizado por preocupaciones sobre problemas irrelevantes mientras se pierden de vista los que realmente necesitan una solución, también podría definirse como el arte de hacerse daño a sí mismo, además de convertirse en desagradable para los demás.
Por supuesto, es ridículo. Cuando nos damos cuenta de los primeros síntomas (lo que ocurre, a veces, a todo el mundo) se puede sanear el aire con una carcajada. Pero, cuando la enfermedad supera las defensas inmunitarias del buen sentido, se expande como un virus y se multiplica con todo tipo de complicaciones.
Esta es, obviamente, una de las formas del poder de la estupidez. Y, al igual que con la estupidez, no hay ninguna varita mágica o terapia estándar. Sin embargo, un paso adelante sería tener una mejor comprensión del problema.
A veces, el complejo síndrome se convierte en locura violenta, con consecuencias trágicas. Aunque en la mayoría de los casos no es tan obviamente explosivo, pero sí tóxico. No sólo nos hace desperdiciar nuestro dinero en falsos ahorros que luego se convierten en pérdidas, sino que envenena las relaciones humanas, erosiona la amistad y el afecto y destruye la confianza, empañando el pensamiento y la conciencia.
No es tan difícil como puede parecer mirarnos a nosotros mismos desde afuera y entender cómo y dónde vamos estableciendo prioridades, preocupándonos por lo que no importa, mientras pasamos por alto lo que demanda más atención.
Podríamos observar los conflictos y rencores entre las gallinas (en un gallinero real o imaginario) o tantos comportamientos humanos no mucho más razonables y preguntarnos cuán ridículos podemos ser también nosotros cuando equivocamos la prospectiva.
Como se observa en los capítulos 14, 15 y 21 de El Poder de la Estupidez, a menudo es suficiente cambiar nuestros hábitos, o mirar las cosas desde un punto de vista diferente para deshacerse de la ansiedad irrelevante y descubrir cuáles son los problemas o las oportunidades que no se estaban considerando con el cuidado debido.
Desgraciadamente es más complicado, pero no imposible, rescatar a un amigo (u otra persona importante para nosotros) de ahogarse en el síndrome.
No es fácil de desarraigar la enfermedad de Harpagón. Pero esto no quiere decir que debemos abandonar sin intentarlo.
A veces podemos ser sorprendidos por una apertura impredecible, probablemente donde y cuando menos la esperábamos. ¿Estamos seguros de tener los ojos abiertos tan a menudo como deberíamos hacerlo?
Si queremos una descripción irónica de este problema ... aquí hay una historia, más triste que humorística, que se contaba en Nueva York hace treinta años. El propietario de una tienda ambulante cerca de Wall Street es muy conocido y querido en el barrio por la calidad superior de sus hot dogs. Con los ahorros de una vida envía a su hijo a la universidad. Luego de graduarse en negocios y finanzas, el joven dice a su padre: «cuidado, papá, pronto habrá una recesión». Su consejo es cortar costos y logra convencer a su padre de comprar salchichas más baratas. Las ventas del puesto bajan y el hijo le dice al padre: «¿ves? yo tenía razón». El círculo se repite varias veces bajándole la calidad al pan, la mostaza, etc., hasta que el puesto pierde tantos clientes que tiene que cerrar. El pobre hombre no sólo ha perdido su negocio, sino sus amigos, su reputación y la buena fe del vecindario. El apólogo es inquietantemente significativo en estos días.