COCINAS
Juan Gelman
La
fotografía de Bush hijo cuando pronunció el martes pasado su discurso sobre
el Estado de la Unión lo detiene en una sonrisa de alegría perfectamente
infantil: anunció la cercanía de la guerra contra Iraq con auténtico brío,
solo o acompañado, y cualquiera fuere el resultado de la inspección de
arsenales iraquíes ordenada por el Consejo de Seguridad de la ONU. Se
recuerdan las palabras del general de marines retirado Anthony Zinni que
hicieron reír a su auditorio del Club de Economía de Florida el 23-8-2002:
“Atacar a Iraq causará muchos problemas... Podría ser interesante preguntar
por qué todos los generales (norteamericanos) piensan lo mismo y todos los
que nunca dispararon un tiro y corren a rápidas zancadas hacia la guerra no
piensan lo mismo. Pero es lo que históricamente suele suceder”. El sayo les
cabe, entre otros, a superhalcones como el vicepresidente Dick Cheney o el
secretario de Defensa Donald Rumsfeld, que supieron eludir su obligación de
tirar tiros en Vietnam.
Y
no porque fueran objetores de conciencia y estuvieran en contra de que se
tiraran tiros en Vietnam.
Siempre que
otros compatriotas los tiraran.
La Casa Blanca incurre en prácticas más graves del haced lo que yo digo, pero
no lo que yo hago. El director del Organismo Internacional de Energía Atómica,
Mohamed al-Baradei, insiste en que “no se han identificado actividades
nucleares prohibidas durante las actuales inspecciones” en Iraq, pero Bush
hijo amenaza con arrojar bombas atómicas sobre Bagdad.
Detalla las armas químicas y biológicas que Saddam tendría en su poder, pero
oculta las que está fabricando EE.UU. Una investigación de The New York Times
de septiembre del 2001 reveló que el Pentágono desarrolla en secreto cepas de
ántrax resistentes a cualquier vacuna conocida.
A
fines de ese año, el Baltimore Sun informó que el ejército estadounidense
aplicaba un programa de obtención de esporas de ántrax de fácil diseminación
aérea. No son logros precisamente defensivos y violan la Convención sobre la
prohibición del desarrollo, la producción y el almacenamiento de armas
bacteriológicas (biológicas) y toxínicas y sobre su destrucción, un
instrumento de las Naciones Unidas que las grandes potencias –también EE.UU.–
aprobaron en 1972.
El Centro de investigaciones sobre la globalización, con sede en Montreal,
dio a conocer el 26-12-2002 que el gobierno estadounidense se propone
aumentar el número de los laboratorios de investigación y preparación de
estas armas letales, incluidos los agentes transmisores de viruela y de ébola.
El Dr. Steve Erickson, director del Proyecto de educación cívica en Salt Lake
City, ha señalado que este incremento “de los laboratorios del Departamento
de Defensa y de otros departamentos del gobierno está en marcha probablemente
desde 1995. La intensidad y velocidad de estos programas aumentó abruptamente
luego del 11 de septiembre... Hay indicios de que el Instituto Nacional de
Sanidad (sic) promueve esta expansión”.
Por su
parte, el Departamento de Energía quiere instalar un laboratorio de esta
índole en el complejo nuclear de Los Alamos.
La razón que mueve a crear laboratorios de microbiología en centros de
desarrollo nuclear no es demasiado oscura. La profesora Barbara Hatch
Rosenberg, presidenta del grupo de trabajo sobre armas biológicas de la
Federación de Científicos Estadounidenses, precisó que cuando varios tipos de
armamento se investigan en un mismo lugar, el gobierno se opone a toda clase
de supervisión o inspección de alguno de esos proyectos argumentando que se
pone en riesgo la información clasificada de los demás. El Laboratorio
Nacional Lawrence Livermore, dependiente del Departamento de Seguridad
Interior, “garantiza –explica en su página web– la seguridad nacional y
aplica la ciencia y la tecnología a (resolver) importantesproblemas de
nuestro tiempo”. Tal vez por eso declara en uno de sus documentos que está
trabajando “con 25 cepas de ántrax diferentes desde la primavera de 2000 como
parte de nuestra labor regular para el Programa biológico de seguridad
nacional” del gobierno.
Es decir, desde más de un año antes de los atentados del 11/9. Como señala
Kellia Ramares en la publicación del Centro canadiense: “Mientras George W.
Bush obliga a los iraquíes a revelar todo lo relacionado con sus programas
armamentistas, ¿qué horrores biológicos está cocinando el gobierno
norteamericano en el secreto de sus propios laboratorios?”.
O como se escandalizó Richard Butler, jefe de la primera misión de
inspectores que la ONU envió a Iraq, ante los miembros del Instituto Sydney,
un “think-tank” conservador australiano: “¿Por qué se permite la chocante
persistencia (yanqui) de dos pesos y dos medidas?” Recordó que otros países
poseen armas de destrucción masiva: Pakistán, India, Israel, aliados de
EE.UU. cuentan con armamento nuclear. De hecho, todos los miembros del
Consejo de Seguridad lo tienen y en materia de arsenales de armas de
destrucción masiva no es precisamente EE.UU. el que se ha quedado atrás.
Entonces, ¿por qué Iraq? La pregunta es resbalosa. Igualito que el petróleo.
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