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LULA: EL NUEVO TIEMPO DE
LA IZQUIERDA
Por: Frei Betto (ADITAL)
(Fecha publicación:30/12/2002)
SU ELECCION, RESULTADO DE
UN MOVIMIENTO SOCIAL CONSTRUIDO A LO LARGO DE 40 AÑOS
Lula fue elegido presidente de Brasil con más de 52
millones de votos, lo que parece increíble. ¿Cómo un mecánico tornero, fundador
de un partido que en su carta de principios defiende el socialismo, llegó al
gobierno por el voto popular?
Noten que escribí 'llegó al gobierno' y no al poder. Son instancias distintas.
Quien tiene poder no acostumbra ser institucionalmente gobierno, como es el caso
del capital financiero. Quien es gobierno no necesariamente tiene poder, como
los estados de América Latina, que dependen del flujo de capital externo.
La llegada de Lula al cargo más importante de la república ¿representa a la
izquierda en el gobierno? Algunos dicen que no, pues, según ellos, Lula sólo fue
elegido gracias al abandono de su discurso ideológico, al maquillaje de los
asesores de marketing, al corrimiento político de la izquierda hacia el centro
(o hacia la socialdemocracia). Según otros, Lula imitó al camaleón, disfrazando
de verdeamarillo su color rojo. Una vez elegido, cambiaría la paz y el amor por
el enfrentamiento con las fuerzas retrógradas del país.
¿Cambiamos nosotros o cambió Lula?, preguntaba Machado de Assis. Cambiamos
ambos. Con excepción de los militantes del PSTU y del PCO, ninguna otra
instancia de la izquierda brasileña se opuso al candidato Lula. Y no hay duda de
que los electores de esos dos pequeños partidos han dado su voto en la segunda
vuelta al candidato del PT.
Pero eso significa que el conjunto de la izquierda brasileña, salvo los
reductos citados, apoyó o participó en la elección de Lula. En tal sentido, su
elección es una victoria de la izquierda. Cuando hablo de la izquierda no me
refiero a los militontos rabiosos que se hinchan las bocas con consignas
oficiales y lamentan no morir como guerrilleros en la sierra de la Mantiqueira...
Militontos que no siempre son capaces del sacrificio de dar atención a su propia
familia o de hacer autocrítica frente a sus compañeros. No me refiero a aquellos
que adoran estereotipos cinematográficos, visten la boina del Che y llaman
burgués a quien no piensa como ellos. Hablo de aquellos que Norberto Bobbio
considera posicionados en la izquierda: los que miran como una aberración la
desigualdad social (pues según el científico italiano, la derecha la ve como
fruto del orden natural de las cosas o, según otros, contingencias del mercado).
Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, es la primera vez que la estrella,
símbolo de la izquierda (presente en las banderas de China y de Cuba, y también
del PT; y en la boina del Che), hace una curva ascendente. En los últimos 13
años la izquierda quedó condenada al purgatorio. Revisó sus errores, hizo
autocrítica, trató de rearticularse en nuevos partidos, promovió manifestaciones
contrarias al actual modelo de globalización y, en el Foro Social Mundial de
Porto Alegre, trató de vislumbrar otro mundo posible. Huérfana de paradigmas, la
izquierda, que tanto presumía de su conciencia crítica y de su lógica dialéctica,
vio cómo se derrumbaban sus dogmas religiosos: el retorno de los países
socialistas al capitalismo quebró la espina dorsal del materialismo histórico;
la física cuántica mandó al espacio el principio del determinismo; la miseria de
Corea del Norte y la apertura de Cuba al turismo, con toda la infraestructura
importada de países capitalistas, hicieron que, en la práctica, la teoría fuera
otra.
¿Qué significa ser de izquierda hoy? Antes significaba profesar un catálogo
de doctrinas basadas en las teorías de Marx y Engels, según las hermenéuticas de
Lenin, Trotsky, Stalin o Mao Tse Tung. Terminado el Muro de Berlín, presencié,
en viajes por países socialistas, algo semejante a un grupo de cardenales que al
morir descubren que no hay ni Dios ni cielo: teóricos del partido se adhirieron
a los nuevos tiempos neoliberales y fueron rarísimos los militantes que se
escondieron en trincheras para reiniciar la lucha por el socialismo.
Y menos aún los que se aliaron con los pobres, las grandes
víctimas de la desaparición del socialismo real. En resumen, ¿qué diablos de
hombre y mujer nuevos eran aquellos que, ante la conmoción del sistema, no
llevaban en sí convicciones, valores subjetivos, capaces de mantener encendida
la vocación revolucionaria?
Con la caída del Muro de Berlín quedó claro que había tres
tipos de militantes de izquierda: los adaptados, los ideológicos y los orgánicos.
Adaptados eran aquellos que se acomodaron al socialismo con el mismo
espíritu oportunista con que se adaptaron después al capitalismo; su negocio era
mamar de las tetas del Estado. Hacían del partido único el trampolín para
alcanzar sus ambiciones personales. Eran izquierdistas fisiológicos, sin ninguna
convicción subjetiva de las tesis que defendían de la boca para fuera.
Los ideológicos sabían de corazón toda la cartilla marxista, citaban de
memoria una extensa bibliografía, adoraban tener infinitas reuniones, rendían
culto a sus jefes en el poder, pero no demostraban amor al pueblo, trataban a
sus subalternos con la misma arrogancia con que un burgués lo hace en las obras
de Gorky, y nunca estrechaban vínculos con los sectores más pobres de la
población.
Los orgánicos se mantenían permanentemente sintonizados con
el movimiento social, ayudando a fortalecer las organizaciones de la sociedad
civil, como fue el caso, en Brasil, de los comunistas que actuaron junto a
sindicatos rurales y urbanos y de los cristianos vinculados a las comunidades
eclesiales de base y a las pastorales populares, que ayudaron a expandir el
movimiento popular. Sólo los orgánicos sobreviven en las izquierdas en los ex
países socialistas; sólo ellos, en Brasil, no se sintieron derrumbados con la
desaparición del socialismo e el este europeo, como si el Muro de Berlín hubiese
caído sobre sus cabezas.
Lula es fruto del objeto de la izquierda: la clase trabajadora. Recuerdo bien
la fundación del PT. Los políticos afiliados a los partidos de izquierda se
pusieron furiosos ante la petulancia de un obrero que se negaba a ingresar a los
partidos que representaban los intereses de las clases trabajadoras y con gesto
osado creaba lo que nadie todavía había pensado: un partido de los trabajadores.
Vi a un dirigente comunista, renombrado intelectual, tirarse del pelo, indignado,
como si dijera: ¿por qué un proletario anhela ser vanguardia del proletariado? ¿Será
que no conoce la historia? ¿No sabe que los partidos de la vanguardia del
proletariado casi siempre fueron dirigidos por intelectuales (Lenin, Stalin, Mao,
Fidel...)?
Enfocar a Lula desde la óptica ideológica, antes de fijarse
en su extracción social, es invertir los términos de la ecuación política. Sin
embargo, Lula no es resultado de sí mismo, sino de un movimiento social
construido durante 40 años (1962-2002), en el que las teorías de Marx tuvieron
menos importancia que la pedagogía de Paulo Freire. Lula es fruto de las CEB y
de la Teología de la Liberación, de la izquierda que enfrentó a la dictadura y
de las oposiciones sindicales, de la CUT y del MST, del agravamiento de la
crisis social brasileña y de la actual globocolonización. Lula es lo que
queda de la izquierda orgánica después de la caída del Muro de Berlín. Ahora
sube la estrella.
La coyuntura nacional e internacional sufrió cambios sustanciales después de
1989. El mundo unipolar quedó bajo la hegemonía neoliberal, el capital
especulativo sobrepasó al productivo, aumentó la desigualdad, las teorías de
izquierda pasaron por una rigurosa evaluación crítica, movimientos como el MST
fueron innovadores en sus métodos de lucha, adecuando propuesta y conquista; las
revoluciones se hicieron inviables (Nicaragua, El Salvador, Colombia...) frente
a la guerra de baja intensidad de las potencias.
En tanto, la piedra angular de todo el edificio de la izquierda, desde los
socialistas utópicos hasta Fidel Castro, no sólo se mantuvo, sino que se amplió:
la pobreza como fenómeno colectivo. Pues sólo los cínicos fingen
ser de izquierdas para buscar parcelas de poder. Estar en la izquierda es, como
principio ético, luchar para que todos tengan acceso a los bienes esenciales
para la vida y la felicidad.
Es por lo profundo del agravamiento de la cuestión social por lo que Lula
ganó la elección. Sus fuerzas de sustentación política, como la CUT y el MST, ya
habían obligado a la agenda política del país a tratar temas como las reformas
obrera y rural. El desempleo, el hambre, la mala calidad de la salud y de la
educación hicieron que el electorado reconociera que con Lula es posible otro
Brasil. Posible en la medida en que la izquierda tenga claridad acerca de que
una elección no es una revolución. Esta es la ruptura de un sistema; aquélla es
un cambio de gobierno. Lula no va a implantar el socialismo por decreto. Va a
modernizar el capitalismo, aumentando la capacidad productiva del país y
reduciendo el desempleo y el hambre. No hará lo deseable, sino lo posible. No
inventará la rueda, pero le imprimirá la suficiente velocidad para atenuar la
deuda social.
Para este propósito Lula cuenta con el apoyo de una amplia mayoría de la
población. Aunque algunos militantes le pidan un discurso ideológico, que
sonaría bien en oídos acostumbrados a la música ortodoxa (y asustaría al
pueblo), es necesario reconocer que Lula rescató para la izquierda, entre otras,
una virtud preciosa ya hace tiempo dejada de lado por los defensores de la nueva
sociedad: el buen humor. Sí, porque era casi una marca registrada el militante
hosco, ceñudo, incapaz de sonreír, saltar y alegrarse con las cosas buenas de la
vida. Aquel militante para quien el futbol era alienación; la religión, opio del
pueblo; el carnaval, promiscuidad; el hombre de saco y corbata, burgués; la
mujer bien arreglada, superficial. Militante que soñaba con construir un mundo
nuevo adoptando comportamientos tópicos de la persona vieja: la ira, la envidia,
la sed de venganza, el autoritarismo, la ambición de poder.
La izquierda, que siempre habló de táctica para la conquista del poder, tuvo
dificultad de entender su aplicación en un proceso electoral. Como me dice Duda
Mendonça: vendo productos a quienes no les gustan. En otras palabras, publicidad
es convencer al mercado para que adquiera lo que no conoce o incluso rechaza. Y
la oferta debe ser, a los ojos del cliente, una buena oferta. (Para quien no
sabe de esto, la publicidad fue inventada por Jesús, al envolver su mensaje con
el rótulo de evangelio, palabra griega que significa buena nueva.
Los apóstoles y los misioneros son los vendedores del
cristianismo.)
La táctica electoral dio en el blanco. Atrajo a elegir a Lula a sectores de
la población que antes lo miraban con prejuicios. Amplió el arco de apoyos en la
esfera partidaria. (Apoyo no es alianza. Lula no prometió ningún cargo a
cualquier partido, ni cedió en su programa de gobierno. No hubo cambalache.)
Lula no hizo una campaña para agradar a los petista (del PT) o a la izquierda.
Ni hará un gobierno en ese sentido. Será el presidente de todos los brasileños,
coherente con los principios que lo llevaron a fundar el PT y fiel a su programa
de gobierno. Priorizará las cuestiones sociales, a las que estará supeditada la
economía. Si eso no es ser de izquierda, ¿cómo será?
Habrá quien diga que ser de izquierda es derribar el
capitalismo y edificar la sociedad socialista. Estoy de acuerdo con esa
tesis, incluso por razones aritméticas: no habrá futuro digno para la humanidad
si no se da aquello que reza el sacerdote en la eucaristía: 'fruto de la tierra
y del trabajo del hombre'. Pero ¿cómo poner fin al sistema que sitúa el lucro
individual por encima de los derechos colectivos? ¿Mediante
revoluciones? Dudo que en la coyuntura actual sean viables. Desde la cubana,
hace 43 años, ninguna otra fue posible en América Latina, excepto la sandinista,
en Nicaragua, abortada pocos años después.
Quizás el efecto Lula venga a demostrar que mediante la
acumulación progresiva de los movimientos sociales es posible conquistar
parcelas de poder e introducir nuevos cuadros en la esfera del gobierno. Si eso
significa la superación paulatina de las políticas neoliberales y la mejora de
la calidad de vida de la mayoría de la población, lo aplaudiré como un gran
salto adelante. En caso contrario le daré la razón a Robert Michels, que en
1912, en su clásico Los partidos políticos, defendió esta tesis, hasta ahora
confirmada por la historia: todo partido revolucionario que insiste en disputar
espacio en la institucionalidad burguesa termina por ser asumido por ella, en
vez de transformarla.
La suerte está echada. Y no debemos preguntar qué hará Lula por Brasil.
Debemos preguntarnos lo que cada uno de nosotros hará para fortalecer las bases
populares de su gobernabilidad.
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