DERECHOS HUMANOS
  QUE SIGNIFICA
IDENTIFICAR
Marco Somigliana
Darío Olmo
E.A.A.F. -Equipo Argentino de
Antropología Forense
Se define tradicionalmente a la
Antropología Forense como un auxiliar de la Medicina Legal, que tiene por objeto
aplicar los conocimientos sobre la variabilidad humana que constituyen el
patrimonio de la Antropología Biológica, al ámbito forense. Su peculiaridad
está dada por el tipo de tejidos sobre los cuales trabaja: los llamados tejidos
duros, huesos y dientes. Esto significa que, generalmente, hay un intervalo de
tiempo entre la muerte de la persona cuyos restos se examinan y el momento en el
que se practica dicho examen, y que ese intervalo es suficiente para que el
cadáver se haya esqueletizado. Cuando lo que queda por analizar son sólo ése
tipo de tejidos, es cuando la preceptiva convencional recomienda la
participación de antropólogos forenses. Estos dicen cuanto es posible de las
personas, a partir de ese tipo de elementos. Como las investigaciones
transcurren en el ámbito de la administración de justicia, los interrogantes más
acuciantes son sobre la identidad y la determinación de la causa y modo de
muerte.
Un campo de interrogación tan específico no se
había desarrollado en nuestro país hasta mediados de los ochenta del siglo
pasado. Y no fue el vigor de las disciplinas forenses o antropológicas lo que
resultó en su surgimiento, sino una demanda exterior a los claustros, el
develamiento de lo acaecido años atrás, más precisamente en la segunda mitad de
la década del setenta, un período en el que desaparecían personas y aparecían
cuerpos de identidad escamoteada, sepultados como NN en los cementerios.
II
En Antropología Forense, se
conviene que una identificación es el resultado de la coincidencia entre dos
grupos de datos: por una parte, los datos llamados pre mortem, que son aquellos
recopilados sobre la persona en vida, todas sus características biológicas
suceptibles de manifestarse a nivel de tejidos duros y, como contraparte, los
datos post mortem, que son los recabados del examen sobre los huesos en el
laboratorio. Desde ésta premisa se desprenden varias consecuencias:
a.- No hay identificación posible si no hay datos con los
cuales comparar la información post mortem recabada en el examen de laboratorio.
b.- La identificación presupone la coincidencia entre esas
dos poblaciones antes mencionadas: los Desaparecidos y los inhumados como NN,
previo asesinato.
c.- Como toda población, la de los ciudadanos denunciados
como Detenidos Desaparecidos es pasible de caracterizarse por rasgos biológicos,
esto es, por ejemplo, estableciendo la frecuencia de ambos sexos o la
frecuencia de los diversos intervalos etarios. También las causas de muerte,
previsibles para éste grupo, manifestarían el empleo de violencia.
Si examinamos los registros de inhumaciones de NN en los
cementerios del país a lo largo del siglo XX, veremos, en aquellos
correspondientes a las concentraciones urbanas más populosas, una súbita "explosión
demográfica" para el bienio 1976 - 1977. El mismo período del mayor frenesí
represivo del siglo, que tuvo, como rasgo más conspícuo, la práctica terrorista
de la Desaparición Forzada de Personas, por obra de funcionarios públicos, los
cuadros profesionales de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
Por otra parte, también el
conjunto de personas inhumados como NN a lo largo del siglo tiene, en todo el
país, características constantes: Se puede generalizar, diciendo que la mayoría
estará incluída en dos grandes conjuntos: los que mueren durante o poco antes o
poco después del nacimiento y aquellos que transitan la madurez tardía o
comienzos de la ancianidad. En éste último subconjunto, el componente masculino
ronda el 90% y las causas de muerte, asentadas en certificados de defunción y
registros de cementerio, son predominantemente vinculadas a enfermedades
crónicas, procesos hepáticos agudos, paro cardiorespiratorio o accidentes
ferroviarios.
Revisando los asientos
oficiales sobre inhumaciones de NN para la segunda mitad de los setenta,
encontramos características bien diferentes: las mujeres rondan el 33%, el
intervalo etario dominante es de personas entre 20 y 35 años y, por último, la
causa de muerte más frecuente es "herida de bala". Aquella proporción entre
hombres y mujeres y distribución por edades se corresponde, exactamente, con la
de aquellos cuyo secuestro era denuciado contemporáneamente. Las causas de
muerte, también, con el destino que previsiblemente corrían. Nótese que estamos
hablando de lo asentado en documentos oficiales, contemporáneos a los episodios
estudiados, insospechables de cualquier afán de denuncia.
Ahora bien, comparar estas dos
poblaciones puede servir para marcar tendencias generales. Pero la
contrastación de ésta hipótesis, en cada caso de desaparición forzada, o de
inhumación de NN, es la verdadera prueba de verdad a la que debe someterse. Para
ello, es necesario profundizar en la definición y comprensión del sistema que
generó identidades sin cuerpo y cuerpos sin identidad.
III
La complejidad del trabajo de identificación de los cuerpos
de las personas desaparecidas, aumentó geométricamente de manera proporcional a
nuestra capacidad para desarrollar ese trabajo. La comprobación no resulta en
absoluto novedosa: cualquier estudio se vuelve complejo (esto es, integrado por
múltiples elementos de distinta índole) en la medida en que se produce un
acercamiento al objeto de conocimiento. En cualquier caso, a esta altura del
proceso de análisis parece indispensable llevar a cabo una explicación del
proceso de identificación a fin de que pueda ser comprendido en su debida
extensión. Inevitablemente debemos comenzar por algunas definiciones básicas.
En el segmento anterior dimos una
definición provisoria de lo que la política de desaparición es: dijimos que
implica la asunción, por parte del Estado, de la relación más desigual posible
respecto de sus ciudadanos. Mas concretamente, supone el montaje de una
estructura de aprehensión, juzgamiento y ejecución absolutamente clandestina. La
sociedad no tiene información como para comprender el fenómeno entero y lo
define por su producto, los ausentes, los desaparecidos. A su vez la
clandestinidad (el ocultamiento de todo el proceso) genera la doble naturaleza
que terminara siendo una de sus características más perturbadoras. Pues
desaparición será tanto privar a una persona de su libertad, someterla a
tormentos para que revele información y hacinarla en un centro clandestino de
detención hasta que se defina su suerte como –después de su ejecución- volcar el
aparato estatal para evitar que se establezca la relación de identidad que une a
la persona secuestrada, en el inicio del proceso, con un cuerpo que aparece, ya
sin nombre, en su conclusión.
Las Identidades sin cuerpo
Forman este conjunto las
identidades de las personas que han sido denunciadas como desaparecidas. La
mayoría de las denuncias tienen origen en familiares y aportan datos que pueden
esquematizarse en dos aspectos: un aspecto que podemos denominar formal y que se
refiere a los rasgos distintivos, que responden inequívocamente la pregunta
“¿quién?”, tales como nombre, fecha de nacimiento y ocupación, y otro que puede
llamarse histórico, englobados bajo la pregunta “¿qué sucedió?”,” cuyos datos
emblemáticos son fecha y lugar de desaparición. La mayoría de los integrantes de
este orden poseen esos datos. Es interesante desentrañar, no obstante, que tan
completo se encuentra el presente orden, lo que nos remite a la pregunta sobre
la cantidad de casos no denunciados o –lo que es lo mismo pero preguntado de
manera diferente- si es factible estimar el porcentaje de casos denunciados en
relación a los ocurridos.
Parece razonable que, a más de
veinte años de ocurridos los hechos, bajo contextos históricos diversos que
pueden haber motivado la denuncia por muy distintos motivos, con intervención en
cada contexto familiar específico de generaciones diferentes, suponer que no
podría haber mas de un diez por ciento de casos no denunciados. Aun cuando el
mencionado subregistro pueda parecer excesivo, lo cierto es que al día de la
fecha seguimos sorprendiéndonos con casos o conjuntos de casos no denunciados o
mal registrados. Estamos hablando de un número de identidades sin cuerpo que
oscilan entre 6.500 y 7.000 registros.
Los cuerpos sin identidad
Complementario del anterior
conjunto, tenemos este segundo, equívocamente llamado "de los cuerpos sin
identidad". El equívoco proviene de la confusión que existe entre conocer el
destino de una persona desaparecida (lo cual de manera propia constituye su
identificación) y -antes o después- recuperar sus restos corporales. El título
"cuerpos sin identidad" induce al error de suponer que la identificación implica
restitución de los restos a sus familiares, cuando por diversos motivos hoy es
relativamente infrecuente que se pueda llegar a dicha restitución. Esto sucede
porque en un número muy significativo de Cementerios Municipales del Gran Buenos
Aires no se han preservado las tumbas de las personas no identificadas o
-protegidas por órdenes de no innovar- estas ordenes han sido ignoradas.
Ya quedó claro cómo se conforma el conjunto que define el
orden anterior; ¿cómo se define el presente?. Desde su origen se reconocen
distintos: aquél fue empecinadamente formado por las familias, confrontadas con
un Estado Terrorista que les negaba la misma condición de víctimas. El orden de
los cuerpos sin identidad es paradójicamente completado con datos provenientes
del Estado, no ya en su función exterminadora sino en su menos desagradable y
más legitimada función burocrática o registradora.
Decididamente supera las expectativas de este informe (y nos
excede por el momento) la profundización del estudio de las articulaciones
sutiles de uno y otro tipo de actores, sus contradicciones y coherencias, sus
mutuos favores y sus disputas de poder, sus consubstanciaciones (qué tan
burócrata puede llegar a haber sido el torturador y viceversa) y el ineludible
consenso social en el que dichas actividades reposaban, pero la comprobación,
utilizable a los efectos de nuestro trabajo, es que una mano mataba y la otra
escribía. Reticentemente (lo menos posible), con una ineficiencia que mezcla
sabiamente estupidez y formalidad (lo genérico y consecuentemente inútil para la
diferenciación se repite como una ceremonia, los rasgos distintivos se ignoran,
se esconden, se entierran), ciego, sordo y mudo a lo que no debía ver, oír o
decir, pero tampoco pudiendo dejar de registrar, el Estado burocrático escribió,
a su manera, la historia.
Es muy fácil disgregarse en la aberración de sus eufemismos,
pero eso ocurre cuando uno presupone que el Estado burocrático no miente (o no
debe mentir) y puede superarse al comprobar que el registro es -cuando las cosas
están sucediendo- también una forma de ocultarlas, de hacerlas parte del pasado.
De hecho, es la única forma en la que el Estado burocrático puede cumplir con
sus dos imperativos, en orden de importancia: obediencia y registro.
Como cualquier registro, este tipo de datos
necesita ser decodificado. Esa decodificación invierte el orden de volcado:
desecha los datos repetitivos y trata de recuperar los distintivos. Los tipos de
datos con los que el Estado burocrático carga este orden tienen varias fuentes
distintas, dichas fuentes son parciales y fragmentarias, lo cual produce un
efecto de multiplicación de datos diversos muchas veces referidos al mismo
hecho. La fuente u origen define una utilidad determinada del dato que ofrece.
Por ejemplo, la mas extendida fuente de registro de defunciones por causa de
muerte violenta, en horas nocturnas, en parajes deshabitados o solitarios son
los distintos Registros Civiles, una de cuyas obligaciones primordiales es la de
documentar los incidentes de las personas que viven (o mueren) en un determinado
ámbito geográfico o municipio. Un lógico encadenamiento de trámites burocráticos
obliga a registrar la defunción para poder inhumar en el cementerio (igualmente
municipal): la forma de balancear las dos obligaciones señeras del burócrata es
llenar el formulario respectivo con la menor cantidad de datos específicos
posibles. La falta de información distintiva (individualizaste) no puede
ocultarnos la importancia de este registro: su extensión (la enorme mayoría de
las personas “desaparecidas” cuyos cuerpos aparecieron se encuentran registradas
mediante acta de defunción) y su precisión (primordialmente respecto del lugar y
fecha en que la muerte sucedió, pero también de otros datos de las víctimas
tales como el sexo de los involucrados, sus edades aproximadas, vestimenta,
etc.) lo convierten en el mas frecuente generador de ocurrencias en el conjunto
de los cuerpos sin identidad.
Cuando al principio criticamos la
confusión que puede generar la denominación de este orden con la efectiva
restitución de los restos a sus familiares no hicimos referencia al motivo a
pesar del cual seguimos prefiriendo esa forma de llamar al conjunto. Sucede que
aun cuando hoy sea bastante difícil recuperar los restos, lo que rigurosamente
define a este conjunto es que son cuerpos aparecidos y la documentación que
mencionamos y mencionaremos es la que refleja ese hecho. ¿Qué importancia puede
tener la diferenciación? Sencillamente que existe un número muy grande de
víctimas del accionar represivo clandestino del Estado cuyos cuerpos no han
aparecido, víctimas que nunca podrán ser identificadas porque se han usado -para
su ejecución- dos de los métodos que suelen no dejar vestigios documentales ni
materiales: el "vuelo" y el fusilamiento con inhumación clandestina. El "vuelo"
fue utilizado por varios de los centros clandestinos de detención asentados en
Capital Federal y Gran Buenos Aires: es sensato suponer que por esa vía fueron
asesinadas entre 2.000 y 3.500 personas. Sin desconocer la efectividad del
método a los efectos perseguidos (al reunir ejecución y disposición del cuerpo
en un solo acto) un número cercano al centenar de víctimas aparecieron en ambas
costas del Río de la Plata o Mar Argentino y Uruguayo. Dicha aparición motivó el
registro, precondición de una eventual identificación. Afortunadamente los
registros costeros suelen ser más completos que los territoriales: mas de diez
casos de este tipo han sido identificados y contamos con información que torna
factible duplicar este número en los próximos años.
La ejecución acompañada de
inhumación clandestina nos enfrenta a un dilema: hasta la fecha no se han
confirmado inhumaciones clandestinas
en el país a pesar de varios intentos por hallarlas, basados en testimonios de
ocasionales testigos. Pero la inhumación clandestina hace de la dificultad de
ubicación su naturaleza, con lo cual no podemos estar seguros de la existencia
de una práctica extendida de inhumación clandestina en el interior del país,
sobre todo en provincias mediterráneas. Sin duda podemos descartarla -al menos
de manera masiva- en Capital Federal y Gran Buenos Aires.
Una diferencia importante entre
el vuelo y la inhumación clandestina es que la inaccesibilidad a los restos
(descartada cualquier posibilidad de documentación lo que nos queda como
posibilidad identificatoria es la recuperación de los esqueletos) es absoluta en
el caso del vuelo y relativa en el de la inhumación clandestina. Las víctimas de
vuelo que no aparecieron poco después de la ejecución ya no podrán ser
recuperadas; viceversa, si llegásemos a ubicar una inhumación clandestina, el
estudio de los restos recuperados podría dar la pauta de su identidad.
Pero volvamos a los aparecidos. Ya dijimos que su definición
más extensa está dada por los registros de defunción en Registros Civiles y
explicamos las limitaciones que, para una efectiva identificación, este tipo de
documentos suele padecer.
Pero el imperativo documental del Estado no se conformó con
eso. Por mandato legal, el Registro Civil debía extraer un juego de fichas
decadactilares a las personas que fallecían sin identificación. Desgraciadamente
esas fichas no quedaban en la órbita del registro civil municipal, sino que este
las remitía al Registro Provincial quien a su vez las elevaba al Registro
Nacional de las Personas. Frente a los varios pedidos que distintos jueces han
hecho desde 1982 solicitando alguna de esas fichas -con las cuales la vía hacia
la identificación quedaría allanada- el R.N.P. ha dado distintas explicaciones,
todas las cuales concluyen notificando la destrucción de todas esas fichas,
aunque nunca consistentemente. La cuestión a este respecto sigue siendo un
misterio; los contactos con los responsables del sector en el anterior y el
actual gobierno han sido infructuosos.
Por fortuna, la función jurisdiccional del Estado también ha
dejado rasgos útiles para la identificación. Si bien no con la extensión de las
actas de defunción, la Policía Federal y las Policías Provinciales con
frecuencia tomaban huellas decadactilares de las personas que aparecían en sus
respectivas jurisdicciones y de un tiempo a esta parte hemos podido acceder a
los dos archivos más importantes de este tipo.
Esa actuación judicial tiene como explicación la
substanciación de un sumario judicial originado en la aparición de uno o varios
cuerpos o en un supuesto e imaginario enfrentamiento, la mayoría de las veces
excusa para un fusilamiento. En cualquier caso, los expedientes así conformados
pueden ser detectados y recuperados: además de contener fotografías y otros
datos de interés, su principal virtud es que suelen registrar las vicisitudes de
los cuerpos hasta su definitiva disposición en el cementerio más cercano.
Para terminar con este orden, podemos ahora definirlo como
aquel que aglutina los datos referidos a la aparición de cuerpos factiblemente
relacionados con la práctica estatal de represión clandestina mediante
desaparición.
IV
La organización de las hipótesis
Explicados los dos órdenes
opuestos, podemos empezar con una definición de lo que el proceso de
identificación es. Basándonos en la hipótesis general y abstracta de que la
mayoría de los cuerpos sin identidad se corresponden con las identidades sin
cuerpo, el proceso de identificación comienza derivando rasgos lo más
específicos posibles de cada orden a fin de someterlos a comparación con datos
compatibles del orden inverso.
El planteo de avanzar desde lo
general a lo particular tiene ahora un programa: los datos históricos comenzaran
definiendo cuales hipótesis son más factibles ¿Cómo? Ante todo, conformando
subconjuntos lógicos con los componentes de ambos órdenes. La primera y más
obvia distribución descarta de plano comparaciones estériles sobre la base de
dos ejes: el primero cronológico, que es absoluto. Partiendo del presupuesto de
que la eventual aparición del cuerpo sin identidad debe ser posterior a la
desaparición de la identidad sin cuerpo, carece de sentido comparar datos
formales de identidades sin cuerpo con fecha de desaparición posterior a la de
aparición de los respectivos cuerpos sin identidad. La única perspectiva en la
cual esta secesión nos puede privar de comparaciones fructíferas será en caso
de que cualquiera de ambas fechas sea errónea; la ventaja que esta
discriminación otorga permite asumir ese riesgo, sin perjuicio de que, como
veremos mas adelante, existen mecanismos que permiten subsanar ese tipo de
errores.
El segundo eje es geográfico y
debe ser utilizado con mayor cuidado. Podemos suponer que en la mayoría de los
casos las personas secuestradas por una unidad operativa determinada han sido
ejecutadas en el ámbito geográfico de dicha unidad. Esto nos remite a la
definición de lo que una unidad operativa es.
Preferimos pecar de excesivos y
suponer la existencia de tres grandes unidades operativas: 1) la mayor que ocupa
toda el área de ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires y que incluso tiene
una suerte de efecto atractivo respecto de casos de personas secuestradas en el
sur de la Provincia de Buenos Aires; 2) Córdoba y toda la jurisdicción del III°
cuerpo de Ejército (noroeste y oeste del país) y 3) Santa Fe y Litoral (este y
noreste del país). Esquemáticamente y en base a los casos de denuncias de
desaparición con código postal podemos cuantificar y decir que en 1) ocurrieron
2/3 partes de los casos de desaparición y 1/6 en cada uno de los restantes.
Entendemos que la generalización es un tanto grosera, pero su utilidad es
establecer un acercamiento a la magnitud del enigma en cada ámbito. No parece
seriamente controvertible que la mayoría de las suertes de cada una de las
personas desaparecidas en cada uno de dichos subconjuntos fue definida dentro de
dichos subconjuntos. Y esto no implica desconocer que hubo remisiones de
personas de una unidad operativa a otra, pero si suponer que dichos casos eran
excepcionales y no regulares. En cualquier caso, nótese que estamos hablando de
las primeras etapas de la utilización de datos históricos para organizar las
hipótesis de identificación. La resolución de las excepciones podrá ser abordada
mas adelante.
Ahora bien, la utilización de los
ejes cronológico y geográfico han despejado bastante el panorama, tornando
imprácticas un número muy significativo de comparaciones posibles. Sin embargo,
la organización de las hipótesis recién comienza.
C. El esquema y su uso
Cuando señalamos que los datos
denominados históricos eran los que respondían a la pregunta ¿Qué pasó? nos
referimos a la necesidad de establecer una hipótesis general que explique la
práctica de desaparición encarada por el Estado, hipótesis de la cual se pueda
derivar lo posiblemente sucedido en cada caso en particular. Dicho llanamente y
a modo de ejemplo, no contentarnos con una hipótesis histórica general
–recordemos cuál es el objetivo de nuestro trabajo- sino proyectar esa
indispensable hipótesis general sobre los casos concretos para definir en donde
deberán buscarse los vestigios que permitan su resolución total o parcial.
Poder explicar porqué Juan Pérez fue secuestrado un día determinado en un lugar
definido y no cualquier otro día en otro sitio cualquiera, a que determinado
centro clandestino de detención (y no a cualquier otro) debe haber sido llevado
y en que fecha y de que manera debe haber sido asesinado.
La única forma que hemos
encontrado para tratar de avanzar en ese sentido es la de suponer que el
accionar represivo guarda cierta lógica interna reconstruible, que sus impulsos
no son indiscriminados y guardan una ilación.
Partamos de una estructura simple
de reconstrucción: el sujeto que define los resultados es el actor represivo, su
acción es la desaparición y su objeto aquellas personas discriminadas del
conjunto de la población en base a determinados criterios de selección y que
serán víctimas de dicha práctica.
En lo que al SUJETO represivo se
refiere y en concordancia con lo dicho cuando hablamos de las diversas (y a
veces contradictorias) funciones del Estado, no es todo el Estado el que se
involucra. Aún cuando en su totalidad acompañe ideológicamente lo que los
desaparecedores hacen, en la práctica son solo estos últimos los que practican
activamente la desaparición. Acerquémonos un poco a estos ejecutores: son un
grupo selecto de las fuerzas armadas y de seguridad, la mayoría de ellos con
experiencias previas en operaciones represivas encubiertas (pero limitadas).
Inicialmente ubicados en las estructuras de inteligencia (militar o policial) la
demanda de actores represivos que se insinúa a partir de la segunda mitad del
año 1975 y se desencadena después del golpe del 24 de marzo de 1976 suele
desbordar dichas estructuras e incorpora a nuevos actores represivos.
Esto nos permite diferenciar
entre las estructuras tradicionales de represión encubierta (principalmente las
unidades de inteligencia del Ejercito y de las policías) y los nuevos actores
represivos que se incorporan tardíamente (el caso de mayor resonancia es el de
la Escuela de Mecánica de la Armada, el más famoso centro clandestino de
detención, ubicado en la Capital Federal). La distinción no es superficial: a
esta altura del conocimiento parecería que las estructuras tradicionales
encubrieron mejor su practica mientras que las de incorporación tardía solieron
ser menos exhaustivas en ese aspecto. En rigor, nos referimos a la existencia de
un porcentaje notoriamente superior de personas ingresadas al circuito
clandestino y luego liberadas entre estas ultimas.
Otra diferencia entre actores
represivos que se superpone con la anterior, de importancia liminar para nuestro
trabajo, resulta la de aquellas unidades represivas que utilizaban los “vuelos”
y aquellas que, seguramente por carecer de recurso aéreo, realizaban sus
sentencias de muerte mediante fusilamiento y abandono de los cuerpos.
Yendo a la ACCION
desaparecedora, se advierte que si bien en la relación represor-reprimido no
existen limites en cuanto a lo que el primero puede hacer con el segundo, lo
cual permite plantear a esta actividad como cualitativamente ilimitada, la misma
no puede desconocer limites cuantitativos. Resulta absurdo suponer que el
sistema fue diseñado para realizar operativos de detención masiva (al estilo
argelino); no deben confundirse los muy frecuentes ejercicios de control de
población (“pinzas”) con los verdaderos actos de represión clandestina. Aquellos
eran mas actos políticos que operativos, mostraban que el Ejército estaba en la
calle, aun cuando de vez en cuando produjeran alguna detención.
En resumen, la práctica
represiva que nos interesa analizar no estaba hecha para zarandear una población
y avanzar sobre los resultados; muy por el contrario su naturaleza era
claramente discriminatoria, en el sentido que necesitaba distinguir con bastante
certeza antes de la detención los blancos sobre los que actuaría. La definición
de esos blancos era tarea de la inteligencia: este es el área que debe unir una
persona determinada (señalada por pertenecer a una determinada organización
considerada enemiga, o por guardar información que puede llevar a aquella
persona) con una posibilidad cierta de realización de dicho objetivo. La
conjunción de ambos factores conduce al secuestro que libera la tensión; la
persona secuestrada será sobre la que se descargará el resorte de violencia,
dolor e incertidumbre sin límite.
Llegamos a un nudo central de la cuestión, del cual se
derivan varios caracteres. El énfasis puesto en la discriminación del blanco
(cuando la acción pasa por su momento de limitación) permite comprender sin
esfuerzo porque la tarea era llevada a cabo principalmente por las estructuras
de inteligencia militar. Cuando el tiempo de la discriminación concluye y llega
el de la aplicación del poder ilimitado sobre la persona ya señalada, dicha
ilimitación es igualmente funcional a la practica vista como un todo. Porque
ella es la que permite a la estructura represiva adquirir información que será
usada en dos aspectos fundamentales: en lo inmediato para incorporar nuevas
víctimas al sistema y en lo mediato para juzgar a las personas mencionadas en la
respectiva información, parodiando un juicio que deberá ser seguido por una
adjudicación de castigo, capital en la mayoría de los casos. En estos casos la
separación de cuerpo e identidad, ya prefigurada cuando la persona es ingresada
en el circuito represivo clandestino y su nombre deja lugar a un numero o sigla,
queda cristalizada.
Por ultimo y en lo que se refiere
al OBJETO de la acción represiva se advierte que cada unidad se encarga de ir
desmontando las estructuras de las organizaciones armadas (fundamentalmente pero
no solamente)
no limitándose necesariamente a la de su zona especifica, aplicando criterios
sumamente amplios de imputación que incluyen a personas vinculadas familiar o
afectivamente con el señalado, que confunde ese vinculo a veces como
participación, otras como forma de llegar al señalado. Pero más allá de las
excepciones es indudable que el norte que guía la actividad represiva
clandestina es la desarticulación de las organizaciones armadas. Entendido esto
se evidencia la importancia que tiene conocer la historia política de cada
desaparecido.
Ahora bien, la precedente
digresión trató de describir qué fue lo que pasó en términos un tanto generales.
Con vista en dicho esquema (obviamente modificable por anexión de datos que lo
controviertan) podemos establecer con bastante exactitud en qué lugar buscar los
vestigios que nos permitirán realizar el riesgoso salto de lo general a lo
particular. Porque lo que haremos con los datos que hemos denominado históricos
es, como dijimos antes, organizar las hipótesis y ese ordenamiento proyectará a
un plano prioritario a cierto tipo de hipótesis y consecuentemente desplazará
otro tipo de hipótesis a la zona de lo descartable. El riesgo del que hablábamos
consiste en priorizar hipótesis erróneas (y por ende descartar las correctas).
Ya hicimos una aplicación
bastante mecánica de los datos históricos para descartar un número significativo
de hipótesis (con la aplicación de los ejes cronológicos y geográficos). Sin
embargo comprobamos que sigue existiendo una distancia excesiva entre los
registros de los dos ordenes explicados al principio, esa distancia es la que
impide aplicar en toda su eficacia los datos formales y la que los datos
históricos deben tender a ocupar.
Entonces, ¿qué hipótesis podemos
ir descartando? Salvo escasas excepciones debemos suponer que no encontraremos
personas que hayan sido ejecutadas por una unidad represiva que utilizara los
“vuelos” entre las personas cuyos cuerpos (sin identidad) han aparecido en el
periodo en descampados de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Viceversa, en el
caso de las unidades represivas que no contaron con apoyo aéreo, será muy
infrecuente que encontremos los cuerpos de sus víctimas entre los que
aparecieron en las costas.
Profundizando en la pauta de distribución espacial y cronológica de las
apariciones de cuerpos relacionados con este ultimo conjunto pueden advertirse
algunas constantes: por ejemplo, la mayoría de las ejecuciones extrajudiciales
que se registran en el eje conformado por las vías de acceso-egreso sudoeste de
la ciudad de Buenos Aires parecen relacionarse con la actuación del un centro
clandestino denominado Vesubio.
Parecida pauta de distribución se
advierte entre los cuerpos aparecidos en las costas del Río de la Plata cercanas
a la ciudad, que remiten a la actividad desaparecedora de la Zona 4 (Campo de
Mayo, Gran Buenos Aires).
Así pueden conformarse hipótesis que relacionen,
provisoriamente, lugares de aparición de cuerpos con determinadas unidades
represivas.
Asimismo, conociendo de manera aproximada cuales eran los
intereses y posibilidades de cada unidad represiva (sabiendo quienes eran
algunas de las personas que mantenían recluidas) podemos suponer quienes podrían
ser las personas que integran cada grupo de cuerpos aparecidos.
Aunque pueda parecer obvio no debemos dejar de resaltar que
la robustez de cada hipótesis de reconstrucción es directamente proporcional a
la cantidad de datos que hayan permitido postularla. Lo significativo del
esquema es que permite incorporar datos nuevos que, sin dicho sostén, se
perderían.
D. La identificación
Luego de lo dicho podemos
explicar como se llega a la identificación de manera bastante sintética:
elastizadas al máximo las hipótesis derivadas de los datos históricos,
llegaremos a un punto en que queda enlazarlas con los datos formales. Solo
cuando un dato formal –y consecuentemente inequívoco- se encuentre en un par de
registros pertenecientes a ambos ordenes podremos decir que esos dos registros
se refieren a la misma persona; cuerpo sin identidad e identidad sin cuerpo se
encastran, unificándose. En ese punto se advierte la impotencia de los datos
históricos para finalizar el proceso de identificación: mediante ellos podemos
llegar al convencimiento respecto de que un determinado cuerpo tiene que
pertenecer a una determinada identidad, pero si carecemos de datos formales la
identificación no podrá completarse. Entre otras cosas, porque aun cuando hasta
ahora no hayamos necesitado mencionarlo, el proceso de identificación no solo
reconstruye sino que debe ser reconstruido. En realidad, la culminación de todo
proceso de identificación es su formalización ante la autoridad jurisdiccional
competente, que es la única que puede llevar a cabo la reunificación jurídica de
una identidad y su respectivo cuerpo.
E. La formalización de la identificación
A partir del conocimiento de la
identidad de registros complementarios de ambos ordenes, antes de encarar la por
momentos tediosa tarea de su formalización se impone la notificación a la
familia. El cumplimiento de este imperativo suele ser mucho más complicado de lo
que a simple vista puede parecer. Salvo aquellos casos en los que por uno u otro
motivo ya hemos tenido relación con algún familiar en tiempo relativamente
reciente (digamos, en los últimos diez anos) y por eso sabemos con que
integrante de la familia debemos hablar (tal vez un 20%) en la mayoría de los
casos el ultimo dato con el que contamos es la denuncia formulada ante la
CoNaDep hace ya quince anos.
En muchos casos el denunciante es el padre o la madre, quien puede haber muerto,
haberse mudado o simplemente haber padecido la incertidumbre hasta el punto de
no querer salir de ella. Conscientes de la importancia de la noticia que debemos
transmitir, extremar la cautela en este tipo de notificaciones resulta esencial,
muchas veces recurriendo a otros familiares, compañeros, coterráneos, o
cualquier otra vía indirecta que nos indique cual es la forma menos traumática
de cumplir con la obligación.
Al mismo tiempo, consideramos que
la identificación no esta completa si algún familiar no sabe de la misma,
cualquiera sea la actitud que luego decida tomar. Por esa razón en los últimos
tres anos, cuando el ritmo de identificaciones se ha acelerado, mantenemos entre
diez y quince de ellas congeladas a la espera del contacto con el familiar.
La formalización propiamente
dicha se ha simplificado considerablemente luego del acuerdo suscrito por
nuestro Equipo con la Cámara Criminal y Correccional Federal
cuatro anos atrás. Frente a esa corte efectuamos las presentaciones y
solicitamos que la misma se encargue de solicitar oficialmente a los diversos
destinos la información relevante referida a uno o varios casos de desaparición.
Este recurso tiene dos beneficios obvios: las respuestas a los referidos pedidos
vienen conformadas por documentos públicos y los mismos van quedando archivados
en los legajos referidos a cada una de las personas cuyas identificaciones se
están formalizando, con lo cual queda garantizada su perduración. La culminación
de cada uno de dichos legajos es una resolución firmada por el Tribunal, cuya
parte resolutiva ordena a todos los organismos registrales la anotación de la
identidad.
Para terminar, no faltan quienes
pueden rechazar este tipo de trabajo aduciendo que su punto de arribo se conoce
desde el inicio del proceso de identificación. Ya no parece quedar resquicio
para la duda en torno al destino de las personas denunciadas como desaparecidas:
una muerte anónima.
Tenemos, para rechazar tal acusación de futilidad, dos
argumentos.
El primero ya fue preanunciado al
explicar que la esencia de nuestro trabajo era dar respuestas concretas y nos
consta en nuestro diario contacto con las victimas secundarias de la practica
desaparecedora (todos aquellos a los que, por motivos familiares o afectivos les
interesa saber lo que sucedió con su desaparecido) que existe una gran distancia
entre aquella conclusión casi obvia (la muerte) y el conocimiento mas detallado
posible de sus circunstancias. A diario vemos que aunque se pierdan las
esperanzas del retorno con vida la incertidumbre persiste en su rutina
destructiva. La posibilidad de disiparla, aunque más no sea parcialmente,
justifica la tarea desde el punto de vista individual. Pero además, permite
documentar concienzudamente hechos de una aberración tal que, con el transcurso
del tiempo, pueden llegar a resultar inverosímiles o sujetos a revisionismos no
siempre inocentes.
Nuestro segundo argumento es
bastante menos racional y seguramente por eso más primario. La separación de
cuerpo e identidad por parte del Estado es algo de una gravedad tal que
parecería superar las intenciones de sus responsables. No decimos esto a modo de
disculpa, sino que el conocimiento de los actores históricos respectivos los
muestra sin la lucidez suficiente como para comprender la enormidad de los
resultados que sus acciones produjeron. Pero sea ese el caso o no, el hecho
incontrovertible es que dicha separación fue indudablemente producida por ellos.
Entonces, nuestro trabajo es una colaboración modesta para que ese resultado no
sea definitivo.
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