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DERECHOS HUMANOS


La identificación de un NN

 

En La Voz del Interior del 21 de febrero de 1998, se publicó un aviso fúnebre poco común: + Novillo Corvalán, Rosa Eugenia (Tota) (q.e.p.d). A 21 años del secuestro y desaparición, sus restos fueron encontrados en Magdalena, provincia de Buenos Aires. Sus familiares (...) participan que sus restos han sido inhumados el día de ayer en el cementerio Lomas de Villa Allende, previa misa. Se pide una oración en su memoria.

Detrás de estas pocas líneas de un aviso fúnebre se encuentra la historia de un período oscuro de este país. Y de una larga búsqueda por parte de los familiares de una joven, que duró 21 años.

Rosa Eugenia Novillo Corvalán fue una militante de izquierda de la década de 1970, comprometida con las causas populares y sociales. Tenía 26 años cuando la mataron. Su cuerpo apareció en la playa junto a otros tres cadáveres, en diciembre de 1976, en Punta Indio, provincia de Buenos Aires, a orillas del río de la Plata. Rosa tenía tres balazos en la cabeza y el suyo fue el único cuerpo que pudo ser identificado. Sin embargo, la familia supo 21 años después que ese cadáver era de Rosa, cuando Alejandro Incháurregui –un integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que fue el grupo que identificó los restos de Rosa– se comunicó con la familia Novillo Corvalán.

Decir hoy, a la distancia, “cuerpos aparecidos a orillas del río de la Plata en diciembre de 1976”, es pensar inmediatamente en los tristemente conocidos “vuelos de la muerte”. Los cuatro jóvenes fueron, muy probablemente, los desafortunados pasajeros de uno de aquellos vuelos.

La madre la esperó siempre

Josefa Novillo Corvalán, la mamá de Rosa, tiene 85 años.
Sufrió mucho a partir de la década de 1970 y sus hijos pensaron que podría ser muy doloroso para ella volver a revivir aquella historia. “Mi madre hace dos años dejó de caminar. Vivió siempre una vida intranquila, ya que dos de mis hermanos militaban y a casi todos los integrantes de la familia nos persiguieron, aunque no militáramos. Tuvo que afrontar todo muy sola, porque estaba separada y con hijos muy chicos. Soportó muchos allanamientos, en los que entraban, revisaban todo y se llevaban lo que podían. Saqueaban la casa y se iban. A las tres noches, nuevamente, otro allanamiento... Mi madre vivió el horror en carne propia. Éramos muy pobres, mamá tenía dos trabajos para poder mantener a su familia, compuesta de 10 hijos”, explica Delia Novillo de Páez Molina, una de los nueve hermanos de Rosa.

Relata que su madre fue a todas partes. Recorrió cuarteles, hospitales psiquiátricos, fue a ver a gente de la Iglesia; no dejó nunca de golpear puertas.
“En algunas oportunidades le dijeron que a ‘Tota’ (como la llamaba su familia a Rosa) la habían visto escapar; incluso, que se había ido a Uruguay, por lo cual mi madre siempre pensaba que podía volver. No podía enterrarla; por lo tanto, no podía vivir el duelo. La esperanza de ella duró 21 años, hasta que nos llamaron y nos dijeron que el Equipo Argentino de Antropología Forense había reconocido sus restos”.

–¿Cómo vivieron los hermanos la recuperación de los restos de Rosa?

–Algunos de nosotros somos católicos; yo lo soy, así que cuando pudimos enterrarla fue, de alguna manera, una tranquilidad. Poder rezarle y saber el destino que tuvo es tranquilizador.

Por última vez

Delia continúa su relato: “Somos 10 hermanos y muy unidos, a pesar de las distintas ideas políticas que tenemos.
‘Tota’ también estaba muy apegada a la familia y nunca pudo cortar con nosotros, a pesar de haber pasado a la clandestinidad. Estando las fotos de ella en todos lados como ‘buscada’, apareció en mi casa. Fue en diciembre de 1975. En ese momento, nos dijo que probablemente estaba embarazada, incluso le di mucha ropa de mis embarazos. Tengo todavía una campera suya colgada, que dejó esa vez”.

Por unos instantes, Delia deja de hablar, porque se emociona mucho cuando recuerda esa última vez que vio a su hermana. Cuando se puede sobreponer, continúa: “Después de esto, ‘Tota’ había quedado en encontrarse con otra hermana nuestra, Charo, en marzo de 1976. Pero a esa cita nunca llegó. Allí perdimos contacto. Sabíamos que podría haber sido detenida en la zona de Campana o Zárate”.

Delia finaliza su relato: “Nunca se termina de enterrar del todo. ¿Tuvo un bebé?, nos preguntamos los hermanos. A mi mamá nunca se lo dijimos, para que no sufriera más. A nosotros nos quedará la duda...”.

Otro hermano, otra mirada

Rodolfo Novillo, otro de los nueve hermanos de Rosa, recuerda a su hermana y compañera de militancia. Rodolfo fue secuestrado y llevado a La Perla y a La Ribera, hasta que fue “blanqueado” y pasó a estar detenido en sedes penitenciarias. “Yo milité junto a mi hermana, pero ella pasó a la clandestinidad a partir de la fuga que se realizó en mayo de 1975 en la cárcel del Buen Pastor, de la ciudad de Córdoba”, explica Rodolfo.

“En mi familia, como en toda familia en la que hubo personas que desaparecieron, es lógico que se quiera saber qué fin tuvieron y, si las mataron, enterrarlas. Es de nuestra condición humana, es de nuestra cultura enterrar a los muertos. Pero para mí, además de enterrar a mi hermana, hay necesidad de buscar justicia.
El círculo se cerrará en el momento en que los responsables de las muertes sean juzgados y condenados como corresponde. Todas las otras formas que se puedan imaginar, que no pasen por la justicia, no cierran las heridas. Se cometió un delito brutal, desaparecieron 30 mil jóvenes, hubo planificación, premeditación y un plan sistemático. Los asesinos están sueltos y la sociedad vive entre ellos. Creo que la agrupación Hijos tiene una tarea muy importante, ya que su finalidad es que se haga justicia. No se conforman sólo con saber que esos fueron su padre o su madre, sino que ellos van más allá, salen de lo individual para luchar por la recuperación de una sociedad que sepa lo que pasó y que busque la justicia. Por eso, son una continuidad de sus padres”.

En la familia Novillo Corvalán, hay coincidencia en que saber el destino de Rosa Eugenia les trajo paz y tranquilidad; dejó de ser NN para recuperar una identidad.

Los restos de “Tota” Novillo Corvalán estuvieron enterrados como NN hasta 1998.

 


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