NOTICIAS DE ARGENTINA
Apuntes para una perspectiva
'desde abajo'
Daniel Campione
Rebelión
A
menos de un mes de su asunción como presidente, K. ha despertado expectativas no
sólo en el conjunto de la población, lo que es habitual que ocurra en los
comienzos de gestión, sino en un conjunto de intelectuales, periodistas y
'formadores de opinión' de talante más bien progresista, en gran parte no
proclives a identificarse con políticos del peronsimo, o al menos largamente
distanciados de las propuestas políticas del Partido Justicialista a las que
Néstor Kirchner pertenece. Como candidato, el actual presidente desplegó una
campaña opaca aún en el marco de una elección que se destacó por la mediocridad
y la falta de entusiasmo. Sin embargo, sus primeras manifestaciones en el
sentido de gobernar menos pegado al poder económico, algunos gestos de
identificación con la generación de 1973 (su asunción vino a coincidir con el
30º aniversario de la de Héctor Campora), el duro rechazo a los avances del
diario La Nación para condicionarlo, el anuncio de que desplazaría a varios
generales de la cúpula militar, bastaron para generar un cambio de clima, del
escepticismo generalizado a cierta expectativa.
Una vez asumido el mando, las expectativas crecieron de inmediato. Desde el
gesto de mezclarse con 'la gente' durante las ceremonias de asunción, hasta
algunos tramos de su discurso apuntados a diferenciarse de Duhalde, Menem y De
la Rúa, la cordial relación con los visitantes Chávez, Castro y Lula, fueron el
pretexto para comenzar a pensar, y a decir, que se iniciaba una etapa diferente
en el país. Si bien nadie en su sano juicio podía siquiera dudar de que todos
los gravísimos problemas de la sociedad argentina seguían allí, la voluntad de
creer fue más fuerte que cualquier cauto raciocinio.
K. era un presidente diferente, se dijo, y todos sus actos de gobierno
comenzaron a ser leídos en clave de espíritu democrático y progresista. El 'que
se vayan todos' pareció comenzar a pertenecer a un pasado lejano, y se inició la
celebración del encuentro de un camino nuevo para la democracia argentina. Las
advertencias sobre lo prematuro de tales apreciaciones no han sido lo más
habitual.
K., tal vez con toda conciencia, removió sentimientos e identificaciones
amortiguadas hacía tiempo. Pertenece a la camada de los que eran muy jóvenes en
los años 70', a la misma generación que la mayoría de los desaparecidos y presos
de la dictadura. Se manifiesta hoy una tendencia de los hombres y mujeres de
edad similar a identificarse con él, a partir de que se atrevió a reivindicar a
esa pertenencia, si bien con un claro 'beneficio de inventario' que la acomoda a
los límites permisibles por el clima de época actual para los dirigentes
'expectables'. La idea de una evolución armónica y no traumática de la coyuntura
de mayo de 1973, eje central del libro de Miguel Bonasso El presidente que no
fue, ha conferido a la naciente experiencia Kirchner el aura de una suerte de
realización atrasada de aquél imposible. El impulso a 'mirar hacia delante' y
confiar en el futuro, la exhortación de mudar el 'dolor país' a 'placer país',
ha sido oficiada por periodistas e intelectuales más o menos 'progresistas' más
o menos de izquierda, desde las más variadas tribunas. 'Confiemos en Kirchner'
parece ser la voz de orden de estos días, el escueto conjuro que parece aventar
a un largo cuarto de siglo de pesadilla.
En todo caso, el 'clima' diferente que se vive hoy debe muchísimo a las
protestas piqueteras que tomaron fuerza a partir de los episodios de Cutral-Co,
al 19 y 20 de diciembre, a la virtual sublevación general que atravesó el verano
de 2002 entre asambleas, recuperaciones de fábricas y asedio a los bancos. De
todo esto han tomado nota algunos dirigentes políticos (pocos) y entre ellos sin
duda, Kirchner. Gobernar sin represión y sin profundizar el desprestigio de la
dirigencia, no es posible si se mantienen los parámetros de la acción estatal y
de la práctica de la política en la sociedad argentina.
Quizás la mejor forma de interpretar los primeros movimientos del Presidente,
desde el desplazamiento de los militares, al embate contra el presidente de la
Corte Suprema, la SIDE, la conducción del PAMI, la política reticente hacia
algunas 'privatizadas', es la de integrarlos en una tentativa, con ciertos visos
de seriedad, de recomponer la hegemonía en Argentina, de suturar el enorme
desprestigio de la dirigencia. Para ellos se buscan blancos tan reconocibles
como vulnerables, desde Nazareno a Barrionuevo, de Brinzoni a Eurnekian, de modo
de sintonizar con una operación de 'limpieza' reclamada por el sentido común,
sin romper lanzas, al menos por ahora, con el núcleo mismo del poder.
Por tanto la orientación inicial del gobierno puede inscribirse en el intento de
construir una legitimidad de 'ejercicio' para un gobierno que no la tiene de
origen, y en una plano más 'macro' la tentativa de re-construir lo que los
politólogos convencionales llaman 'gobernabilidad', y que tiene más que ver con
la recomposición de una hegemonía, de un consenso que se proyecte mas allá de
los límites de la clase dominante. La recomposición de un consenso tan
deteriorado como el argentino actual requiere un armado complejo, en el que los
propios capitalistas deben realizar concesiones, ciertos 'sacrificios' en aras
de volver a tornar verosímil la idea de que las instituciones y el gobierno
están orientados al 'bien común' y no a los intereses de los poderosos,
verosimilitud que no se consigue sólo con el discurso o con medidas
'superestructurales' sino produciendo ciertas alteraciones en la distribución
del ingreso, el acceso al trabajo, el poder relativo de las organizaciones de
las clases subalternas. Construcciones de ese tipo suelen requerir o un acuerdo
muy sólido al interior de las clases dominantes, o un aparato estatal con
autonomía y autoridad suficientes para imponer determinadas soluciones aun
contra la resistencia de fuertes sectores capitalistas. No está clara la
posibilidad de contar con uno o con otro.
Por eso K. procura reinstaurar, en sus primeros discursos y actos, la idea de
que tiene sino una confrontación por delante, al menos disidencias con los
titulares del poder económico y con lo más corrupto y antipopular de las
instituciones políticas.
El inicio 'progresista' del gobierno de Kirchner tiene mucho que ver con una
tentativa de lectura medianamente lúcida sobre la crisis integral, 'orgánica' de
la sociedad argentina. La economía destrozada por un largo proceso de
desarticulación agravado por una recesión prolongada, con niveles de pobreza y
desocupación tan inéditos para el país como difíciles de revertir.
K ha hecho un conjunto de
gestos que tienen una orientación común: La búsqueda de revertir la imagen de un
aparato estatal orientado sólo hacia los poderosos, de una dirigencia política
sólo preocupada en perpetuar su poder y usufructuar sus cargos, sin otra
relación con los sectores subalternos que el clientelismo, la manipulación y la
cooptación de dirigentes sociales desaprensivos y corruptos. De unas
instituciones (parlamento, justicia, fuerzas armadas, policía) vueltas 'hacia
adentro' dominadas por su lógica de corporación, y dispuestas a depredar el
presupuesto público y captar recursos privados sin preocuparse por ninguna
medida de racionalidad ni de legalidad. No se trata de transformar ninguna
relación social fundamental (eso no encuadraría en el 'capitalismo serio' cuya
construcción eleva a objetivo central de su acción), pero sí de construir un
consenso algo diferente, que limpie el terreno de las sobreactuaciones del
gobierno Menem y posteriores. Las grandes 'reformas estructurales' están
realizadas, recortar sus bordes, emprolijar su juridicidad, atenuar sus peores
efectos, se vuelve posible, y todo indica, necesario en términos políticos.
Los movimientos de Kirchner, hasta ahora, acatan el horizonte de lo posible
instaurado en la Argentina post-dictadura, pero desafían algunos aspectos de los
nuevos límites, aun más estrechos, que se introdujeron en los años de Menem. Las
fuerzas populares tienen por delante la posibilidad de forzar una apertura
mayor, que logre avanzar sobre los tabúes estatuidos ya en años de Alfonsín,
pero eso a condición de no esperar que los cambios 'caigan del cielo'. La
posición no debería ser de apoyo ni de expectación, sino de acción consciente y
constante para exigir mayor profundidad en los cambios, la inducción de un
carácter democrático de los mismos que rebase los estrechos marcos
institucionales imperantes; el poner de acuerdo el discurso con los hechos, la
presión para que se cumpla y se supere cualquier promesa que se haga.
El ciclo de insubordinación generalizada abierto el 19 y el 20 de diciembre, no
es sostenible a mediano plazo para ningún poder. Un objetivo básico para el gran
capital es desactivar las protestas, y sobre todo neutralizar el cuestionamiento
universal expresado en el ¡que se vayan todos¡, y volver a algún tipo de
'normalidad'. Una 'normalización' posible era la de Menem y López Murphy, la
continuidad abierta del proceso de concentración capitalista, con el componente
de represión que fuera necesario para 'apaciguar' el conflicto social. K., con
el acompañamiento más ambiguo de amplios sectores del PJ, apuntan a impulsar
otra propuesta: abandonar la línea de agresión más o menos abierta a las clases
subalternas, y construir una alianza al interior de las clases dominantes que
permita desarrollar otra política, que pueda apoyarse en una mayor intensidad en
la utilización del trabajo que evite la desocupación, y una orientación al
mercado interno que convierta el alza de salario s en un beneficio. El problema
es que el desarrollo capitalista avanza en otra dirección. Y la voluntad de los
empresarios también: se ha vivido todo un proceso que busca consolidar un nuevo
patrón de acumulación entre cuyos rasgos fundamentales está la 'flexibilización'
del trabajo y la precarización de la fuerza laboral, para permitir una mayor
explotación y reducir los 'costos' de la conflictividad social. No hay mucha
disposición a volver atrás en ese camino. Sí a la posibilidad de bajar los
costos de los servicios privatizados o reducir los márgenes de ganancias del
sistema bancario, no mucho más. Y esto quiere decir bastante poco para
desocupados que cobran ciento cincuenta pesos de subsidios, trabajadores con
salarios más que deprimidos, jubilados condenados a la ruina perpetua, la
inmensa masa de pobres que por añadidura ven destruirse el sistema público de
salud y educación...no está claro cómo se incluye la solución de estos
problemas, los más desgarradores, en la agenda del nuevo gobierno.
Por su lado, el poder económico ya se adelanta a 'marcar la cancha' a poner en
blanco sobre negro que entiende por 'un país normal', otra consigna que forma
parte de la retórica del nuevo gobierno. Clarín del 15 de junio trae un conjunto
de 'reformas' exigidas por el Departamento del Tesoro norteamericano, que
coinciden con las demandas del FMI y atañen a reestructuración del sistema
bancario (léase privatización o al menos 'perdida de protagonismo' de lo que
queda del sistema bancario estatal), renegociación de la deuda, incremento de
las tarifas, derogación de todas las limitaciones a las ejecuciones hipotecarias
y a las quiebras, ajuste fiscal en las provincias, mayor apertura económica. En
fin, la continuidad y profundización del ajuste fiscal y de las reformas de
libre mercado, de las políticas inauguradas con fuerza en la década de los 90'.
Y la negociación iniciada con el FMI promete seguir en esa misma línea, mas allá
de algún gesto amable y autocrítica parcial 'para a galería. Y el gobierno se
manifiesta dispuesto a sentarse a negociar, a imitar a Lula y no a Chávez, como
le han prescripto algunos voceros del establishment.
Frente a ese cuadro habría que matizar el espíritu de 'luna de miel' con el
nuevo gobierno, separar la propia voluntad de creer de las razones reales para
la confianza. Pareciera que las expectativas han bajado tanto, que muchos se
lanzaron a festejar la posibilidad de que Argentina pudiera volver a ser
'normal'. Y entonces la pregunta obvia ¿cuál es la 'norma' de esa normalidad?
¿Una economía que crezca, aunque aumente la explotación y las diferencias
sociales? ¿un gobierno que no sea escandalosamente corrupto, aunque sus
decisiones favorezcan a los grandes empresarios y a los acreedores? O acaso la
norma en este mundo de hoy no es también el dominio cada vez mayor del capital
trasnacionalizado, que precariza y despide trabajadores en el mundo entero, que
arrasa con las culturas locales, destruye el medio ambiente, y destruye mediante
la guerra áreas de la periferia.
La fragmentaria madeja de organizaciones sociales, políticas y culturales que
han protagonizado la resistencia a partir de la segunda mitad de los 90', tienen
un papel para construirse en el mantener las expectativas en alto, en no acotar
sus esperanzas a lo que un eventual mejor manejo del aparato estatal y el poder
político pueda deparar. Un gobierno dispuesto a dejar de 'bombardear'
sistemáticamente el nivel de vida de las mayorías y empeñado en conseguir bases
de sustentación más amplias que las del clientelismo y la asistencia, a hacer
'política' de alguna otra manera que la vergonzosa administración de lo
existente de los últimos años, debería ser un estímulo, crítico, de talante
opositor, pero estímulo al fin, para conseguir una nueva relación de fuerzas,
para volver a elevar las expectativas, para sacar los ejes de la discusión del
interior de las clases dominantes. Quizás esas oportunidades lleguen a
constituir lo más importante de esta nueva experiencia.
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