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¿Qué quedó del Que
Se Vayan Todos?
Por Ezequiel AdamovskyDespués de las elecciones presidenciales, poco parece
haber quedado de la extraordinaria rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 que
forzó la renuncia del presidente De la Rúa y otros funcionarios al grito de
"¡Que se vayan todos!" (QSVT). O al menos eso parece a simple vista: con Néstor
Kirchner como nuevo presidente el peronismo retuvo el poder, la Corte Suprema
sigue en su lugar, los banqueros se salieron con la suya, y la furia popular
parece haberse retirado en gran medida de las calles, al ritmo de una economía
estabilizada y en leve e inesperado ascenso. La elección presidencial logró
movilizar la participación de la gran mayoría de la población, y el "voto
bronca" el rechazo a votar por ninguno de los candidatos mediante la abstención,
la impugnación del voto o el voto en blanco, que había anunciado la rebelión del
2001, parece haber quedado en el pasado. Más aún: aunque no lograron ganar la
elección, los candidatos de la derecha represiva Menem y López Murphy se las
arreglaron para obtener un importante caudal de votos en la primera vuelta.
Tal panorama, a primera vista desolador, está golpeando
muy fuertemente en la moral de muchos militantes y activistas de los movimientos
sociales. Algunos de mis compañeros de las Asambleas populares sienten que la
sociedad nos ha "traicionado", abandonándonos al primer atisbo de mejoría
económica. En los otros movimientos también se escuchan voces similares de
resentimiento, y se percibe la sensación de que todo, en última instancia, ha
sido en vano. Nuestro querido y respetado Osvaldo Bayer incluso escribió un
artículo lleno de amargura, en el que constata que la Argentina sigue estando
dominada por el "hecho maldito" del peronismo. Desde los medios de comunicación
(incluso los progresistas), se estimulan lecturas derrotistas: hasta Horacio
Verbitsky, desde el matutino Página/12, se apuró a celebrar el fin del
QSVT, y la vuelta de la normalidad institucional. Resuelta supuestamente la
crisis de legitimidad abierta tras la caída de De la Rúa, los políticos y
comunicadores oficiales respiraron aliviados por primera vez después de un año y
medio, y se apresuraron a anunciar que la amenaza de las masas en las calles ha
terminado. Incluso los medios internacionales aprovecharon los resultados de la
elección para desautorizar a los activistas del movimiento de resistencia global
que, como Naomi Klein, habían puesto a la Argentina como ejemplo de un nuevo
tipo de política emancipatoria.
Y sin embargo, tanto el optimismo oficial ("todo ha
terminado") como el pesimismo de muchos de mis compañeros ("todo ha sido en
vano") me resultan demasiado prematuros. Mirando con ojos diferentes a los del
poder, ni la crisis de legitimidad está completamente resuelta, ni el QSVT ha
pasado sin dejar mayores efectos. De hecho, creo que el QSVT recién empieza, y
ya ha logrado cambios de gran importancia.
¿De quién era el QSVT?
Pero para poder ver el asunto con otros ojos, es necesario
analizar los sucesos en perspectiva histórica, y sincerar algún que otro
malentendido.
Empecemos por el sinceramiento de la consigna QSVT. El
hecho de que los nuevos movimientos sociales resultaran fortalecidos, o incluso
nacieran, tras la rebelión del 19 y 20 de diciembre, llevó a muchos de nosotros
a asumir, casi como una verdad indiscutible, que el QSVT nos pertenecía
completamente. Los activistas piqueteros, asambleístas, etc. luchamos por
apropiarnos de la legitimidad de la consigna QSVT, utilizándola para el
desarrollo de nuestras propias luchas anticapitalistas. Durante el año y medio
posterior al 19 y 20, nos presentamos como los representantes únicos e
indiscutibles de aquellas históricas jornadas. "Somos nosotros", se lee en las
remeras que diseñaron los artistas del Taller Popular de Serigrafía, y que los
activistas lucimos con orgullo por las calles de Buenos Aires.
Pero la realidad es que no todos los que participaron en
la rebelión eran anticapitalistas. De hecho, diría que sólo una pequeña minoría
lo era. Para la gran mayoría de los que tomaron las calles esos días,
especialmente el 19, QSVT significaba un rechazo de la vieja política y de los
dirigentes corruptos y, quizás, también del modelo económico neoliberal. Pero
desde allí al anticapitalismo hay un gran trecho. Durante la rebelión, compartí
las calles de mi barrio con miles de vecinos; sin embargo, la gran mayoría de
ellos jamás se acercó a la Asamblea barrial que se formó poco después, ni mucho
menos a alguno de los grupos piqueteros. No quiero decir con esto que el QSVT no
nos pertenezca: por supuesto que "somos nosotros". Pero no es menos cierto que
también le pertenece, incluso en mayor medida, a la multitud anónima que, sin
ser anticapitalista, también escribió esa historia. Lo que quiero decir con esto
es que el éxito de la rebelión, los logros del QSVT, no pueden medirse por el
éxito de los movimientos anticapitalistas que hemos sabido construir. No es
justo, ni para nosotros los activistas, ni para el resto de los que participaron
en las jornadas del 19 y 20, declarar que "todo fue en vano" sólo porque todavía
no logramos construir un mundo no-capitalista, o al menos instalar formas de
democracia directa en la gestión del estado argentino.
Y eso me lleva a la cuestión de la perspectiva histórica.
Los tiempos del cambio social no se miden en términos de unos pocos años, y
mucho menos por los resultados de una elección. Si caemos fácilmente en el
desánimo por no ver resultados espectaculares e inmediatos, perderemos de
antemano la batalla por abandono. Por tomar un ejemplo, después de la Revolución
francesa de 1789 (no hace falta decirlo: un acontecimiento incomparablemente más
profundo y radical que el 19 y 20), los franceses tardaron todavía 80 años en
lograr un régimen republicano y democrático. A pesar de que la cabeza de Luis
XVI rodó guillotinada por la multitud, los franceses todavía tuvieron que
soportar tres reyes más y un dictador, y tomarse el trabajo de hacer otras dos
revoluciones, para que finalmente se acabara la monarquía de forma definitiva.
Existen muy pocos casos en la historia moderna en los que
las elites políticas se hayan renovado totalmente en un abrir y cerrar de ojos:
valga recordar que Boris Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la caída del
comunismo, había sido hasta poco tiempo atrás nada menos que miembro del Comité
Central del Partido Comunista, y lo mismo vale para la mayor parte de la elite
política post-soviética, tanto en Rusia como en otros países de Europa Oriental.
Ni siquera luego de grandes revoluciones las cosas cambian totalmente de un día
para el otro.
¿Que quedó del QSVT?
No traigo estos argumentos sólo para consolarme en la
espera de próximos acontecimientos, sino para que podamos visualizar mejor los
logros del QSVT (no del "nuestro", sino del de todos) y el significado de las
elecciones. De hecho, el 19 y 20 ya generó cambios muy importantes: en lo que a
mí respecta, viene siendo una rebelión exitosa, y creo que sus efectos recién
empiezan a sentirse.
Tomemos por ejemplo el plano económico. Aunque cueste
creerlo, el motivo fundamental por el que la economía argentina no colapsó aún
más profundamente, ni cayó en la vorágine de la hiperinflación (como predijo el
FMI), sino que comenzó una temprana recuperación, somos nosotros. Ese es nuestro
logro: no es ni del presidente provisional Duhalde, ni del ministro Lavagna. De
haberse continuado con las políticas de "salida" de la crisis que recomendaban
los empresarios y el FMI, y que comenzaron a implementar los ministros Machinea,
López Murphy y Domingo Cavallo en dos palabras, más ajuste y más represión, la
economía argentina estaría hoy mucho peor de lo que está. Fuimos nosotros los
que forzamos a dejar de pagar la deuda externa, al menos por un tiempo. Fuimos
nosotros los que pusimos más al descubierto a nivel mundial adónde conducen las
políticas del FMI, y amenazamos con trastornar el orden social en toda la
región, dándole así más margen de maniobra a Lavagna en sus negociaciones.
Fuimos nosotros los que impedimos que la crisis se resolviera mediante la lógica
del ajuste eterno, o de la hiperinflación. Fuimos nosotros los que forzamos al
gobierno a reinstalar las retenciones a las exportaciones agrícolo-ganaderas, y
dedicar mayores fondos a la ayuda social (que a su vez ayudaron al aumento del
consumo interno, y a la vuelta parcial a la sustitución de importaciones).
Fuimos nosotros los que logramos que el Congreso postergue las ejecuciones de
las deudas de los pequeños y medianos productores quebrados, y los que
conseguimos que se pesifiquen las deudas con los bancos. Fuimos nosotros los que
conseguimos que la Corte Suprema, bajo temor de linchamiento, revirtiera el
recorte compulsivo de salarios de Cavallo, y en alguna medida la pesificación
forzosa de los depósitos de los ahorristas. Fuimos nosotros los que evitamos
mayores vaciamientos de empresas mediante nuestro apoyo a la lucha sindical
(caso Aerolineas Argentinas) o mediante la amenaza de la toma de fábricas y su
puesta en funcionamiento bajo control obrero. Fue nuestra presencia la amenaza
constante del saqueo, del escrache, del éxodo, de la rebelión, de la ocupación,
del piquete, lo que logró evitar que la economía argentina cayera más
profundamente. Como reconoció Lavagna frente a los empresarios, la "situación
social" es el "telón de fondo" de todas sus políticas económicas: "La
estabilidad social, la estabilidad política y en consecuencia la estabilidad
económica están íntimamente ligadas a que podamos seguir con la política de
contención, primero, y de mejoramiento de la situación social después. El que
crea que se puede llevar adelante un plan económico sin mirar lo social se
equivoca" (Clarín, 15/5/03). En suma, fueron nuestras luchas las que
consiguieron que quedaran en suelo argentino y se redistribuyeran cuotas mayores
del excedente social. Nosotros "sabemos" de economía mucho más que los
economistas que pretenden darnos lecciones por TV.
En segundo lugar, también en el plano político el QSVT ya
ha tenido un profundo impacto. Para empezar, no hay que olvidarlo, la rebelión
derribó a dos presidentes, e impidió que otros personajes, como el infame Carlos
Grosso, volvieran a la arena política. Las elecciones ratificaron en parte estos
hechos: la UCR, una de las dos fuerzas políticas que vienen gobernando el país
en los últimos 100 años, prácticamente desapareció (al menos por ahora). Este
hecho solo ya tiene una gran importancia histórica, y abre un panorama político
difícilmente predecible. Por otro lado, la otra fuerza principal, el peronismo,
fue incapaz de cerrar filas, y posterga la definición de una división interna
que amenaza con quitarle parte de su caudal de apoyo histórico. La aparente
fuerza del peronismo en esta elección, sumados sus tres candidatos, esconde un
problema irresuelto, y de dificil resolución. Además Carlos Menem, el presidente
neoliberal que condujo al país por 10 años, durante los cuales armó toda una red
mafiosa y clientelar, y que ganó toda elección a la que se presentó en su vida,
debió renunciar a presentarse en el ballotage, donde según las encuestas habría
sido derrotado por un abrumador porcentaje de entre el 70 y el 78%. La
vergonzosa retirada del que alguna vez se presentó como un caudillo y macho
cabrío significa, sin duda, su muerte política. Quizás consiga algún otro cargo
en su provincia natal, o hacerse algún lugar en el poder legislativo nacional.
Pero es esperable que no vuelva a lograr postularse a presidente en el futuro
(al menos como candidato de los peronistas). Por último, las elecciones
presidenciales abrieron el juego político a una serie de nuevas fuerzas y
figuras, ninguna de las cuales cuenta con un apoyo abrumador de la población. Es
de destacar que incluso el vocabulario político se ha transformado: candidatos
como Elisa Carrió y el electo Néstor Kirchner se lanzaron discursivamente en
defensa de la "igualdad", un concepto que no resonaba en la alta política desde
hacía décadas.
En suma, el reacomodamiento político luego del QSVT recién
comienza, y es muy temprano para cualquier predicción.
El significado de la elección
Teniendo en cuenta todo lo anterior, no estoy de acuerdo
con los que opinan que la crisis de legitimidad ya está cerrada, que el vendaval
del 19 y 20 pasó sin dejar huellas, que la gente votó "por los mismos de
siempre", o que la sociedad se ha "derechizado".
Empecemos por la pregunta: ¿Ganaron verdaderamente "los
mismos de siempre"? Escucho frecuentemente a mis compañeros anticapitalistas
decir, en referencia a los candidatos "del sistema", que "son todos lo mismo".
Esto es y no es cierto. Por supuesto, por definición, ninguno de los candidatos
"del sistema" quiere construir una sociedad no-capitalista: en eso son todos
iguales. Pero esto no es más que una obviedad. Diferentes candidatos, y las
diferentes medidas que vayan a adoptar, pueden afectar nuestras vidas de formas
muy distintas. Por ejemplo, para mi situación económica como docente, y para el
futuro de mis hijos (cuando los tenga) no es lo mismo un candidato como López
Murphy, que cerraría todas las escuelas y Universidades si pudiera, que uno que
tal vez dejara algunas abiertas. Para mi sentido de dignidad personal, no es lo
mismo que gane Menem o que gane otro candidato que tenga exactamente el mismo
programa y el mismo nivel de corrupción: me daría un poco menos de vergüenza si,
al menos, no me gobierna el mismo tipo que ya empeoró mi vida en el pasado. Como
activista, sé que la primera medida de gobierno de los dos candidatos
mencionados habría sido aplastar la revuelta social sin piedad, al primer día de
gobierno. El resto de los candidatos quizás (no lo sé) se demorarían un poco
más, o reprimirían con menos saña: esa sutil distinción puede ser la diferencia
entre la vida o la muerte para quienes participamos de acciones de desobediencia
y resistencia callejeras. En este sentido, es bastante torpe tratar de convencer
a los votantes de no votar por ninguno porque "todos son iguales", sobre todo en
un contexto en el que no existe una alternativa para votar más que los
candidatos "del sistema". La gente no los percibe como exactamente iguales, y
tiene razón. En esto, como sucede a menudo, la gente común tuvo un análisis de
la situación política mucho más sutil que el de muchos militantes.
Y aquí es donde acuerdo con los amigos del Nuevo Proyecto
Histórico cuando dicen que la gente puso un voto "cínico" en esta elección. Con
la excepción, quizás, de los que apoyaron a Menem, muy poca gente votó
convencida, ni mucho menos entusiasmada. Simplemente votaron sin creer, al
"menos peor", y en gran medida impulsados por el miedo a que ganen los "más
peores". La gran afluencia de votantes el día de la elección no tuvo que ver con
el entusiasmo de decidir verdaderamente, sino con el miedo a la vuelta de la
derecha represiva. En este sentido, creo que este "voto cínico" y este "voto
miedo" simplemente reemplazaron estratégicamente al "voto bronca" en un contexto
en el que había un peligro real (Menem-Murphy), y ninguna opción creíble. En
otras palabras, no creo que la crisis de representatividad de los políticos esté
completamente cerrada sólo porque consiguieron hacer que la gente elija nuevos
representantes. Y el voto de la población me resulta una decisión no sólo
comprensible, sino incluso bastante inteligente. Permitir que ganaran Menem o
López Murphy significaría la certeza de volver a las políticas económicas
neoliberales más furiosas, y desatar la más terrible represión sobre el
movimiento social: la gente decidió no permitirlo, y los activistas deberíamos
estar agradecidos por eso.
Porque, además, ¿qué otra opción tenían, dentro del juego
electoral? Votar a Carrió, quizás. Pero mucha gente parece haber percibido creo
que con razón que Carrió no está preparada para llevar adelante el programa que
ella misma propone: carece de apoyos en la mayor parte del país, y todavía no
cuenta con un equipo de colaboradores preparado. Sobre el payaso Adolfo
Rodríguez Sáa no hace falta abundar en detalles: es poco más que un aventurero,
quizás el último representante del peronismo histórico. ¿La izquierda
tradicional? La gente decidió darles la espalda una vez más (lo cual no quita
que, en las próximas elecciones legislativas, seguramente les irá mejor).
Personalmente, no culpo a los electores por esta decisión: no cabe ninguna duda,
por ejemplo, de que la vida de la enorme mayoría de la población (incluyendo a
los más pobres) empeoraría notablemente si Izquierda Unida gobernara hoy el
país, o que los niveles de represión se harían intolerables si el Partido Obrero
asumiera el poder (especialmente para los asambleístas, piqueteros, y
anticapitalistas que nos negáramos a afiliarnos).
En el escenario de esta realidad, la gente optó por un
voto "cínico" al peronista Kirchner. ¿Es este voto una "derechización" del
electorado, o un voto por "los mismos de siempre"? No me lo parece. De hecho,
Kirchner es percibido como una "cara nueva" que no tiene casos flagrantes de
corrupción en su prontuario. Si bien pertenece al peronismo, su lenguaje y su
estilo político se parecen mucho más al de los políticos "progresistas" de la
última década. En lo respectivo a su programa económico, Kirchner significa para
muchos la continuidad de Lavagna, es decir, de algo que se percibe como
diferente del neoliberalismo furioso de sus predecesores. Y mucha gente debe
recordar que, de hecho, Kirchner fue una de las pocas voces críticas del
neoliberalismo durante la década menemista. Y como si esto fuera poco, se ocupó
de hablar de volver a la "Argentina de la igualdad", de la posibilidad de
"cerrar la etapa histórica" que abrieron los militares en 1976, y de abrazar a
Lula y al Mercosur. Incluso, el discurso que dió Kirchner el 14 de mayo, cuando
se conoció la renuncia de Menem a competir en el ballotage, contiene la retórica
más "izquierdista" que se haya oido de boca de un presidente Argentino en
décadas. Su ataque a "los intereses de grupos y sectores del poder económico que
se beneficiaron con privilegios inadmisibles durante la década pasada, al amparo
de un modelo de especulación financiera y subordinación política", que
"compraron la política", "corrompieron a los dirigentes" y "arruinaron la vida
de los ciudadanos", contrasta fuertemente con la obsecuencia del discurso
menemista, el servilismo del período De la Rúa, e incluso la cautela de Duhalde.
No es casual que los representantes de las corporaciones económicas nacionales e
internacionales (especialmente las privatizadas y las intereses financieros)
estén francamente preocupados por la victoria de Kirchner.
Por supuesto, todo esto puede ser mero discurso, y
Kirchner puede transformarse en el peor neoliberal al día siguiente de su
asunción, como sucedió con Menem y De la Rúa. Lo que quiero destacar es que el
electorado votó verdaderamente por el que parece "menos peor", y por el que
parece una cara nueva, dentro de la oferta realmente existente. Respecto de la
últimas dos elecciones presidenciales (las de Menem y De la Rúa) el electorado
no sólo no se derechizó, sino que votó obstinadamente por un candidato que
parece representar un cambio en sentido progresista. Esto es especialmente
valorable si lo ponemos en perspectiva histórica: en situaciones de catástrofe
nacional, ha sido una conducta electoral muy común en muchos países el volcarse
hacia algún lider que prometa "mano dura", "unidad nacional(ista)" y disciplina.
Hace 30 años, la clase media argentina no habría vacilado en salir a apoyar un
golpe militar que restaure el orden. Y sin embargo, en las últimas elecciones
los candidatos de la extrema derecha obtuvieron procentajes insignificantes
(compárese con los resultados alarmantes que obtienen los fascistas de Le Pen en
Francia, o el Partido Nacional Británico, en sociedades que tienen muchos menos
problemas que nosotros). El hecho de que la población haya votado en sentido
inverso en una situación tan difícil, y haya bloqueado la opción abiertamente
represiva y la criminalización de la protesta social, es otro de los resultados
del 19 y 20 digno de apreciar.
Avances del movimiento social desde el 19 y 20
De hecho, es en el plano social, y no en el político,
donde el 19 y 20 muestra sus mayores logros. La rebelión comenzó, como se
recuerda, en el momento en que el gobierno declaró el Estado de Sitio para
reprimir a los pobres que saqueaban comercios en las afueras de varias ciudades.
El hecho de que, en ese momento, la clase media empobrecida se identificara en
cierta medida con la suerte de los más humildes y los desocupados, y saliera a
exigir la renuncia del presidente, es sin duda uno de los datos más reveladores
de aquellas jornadas (especialmente si se tiene en cuenta que, en los saqueos de
1989, la reacción de la clase media había sido exactamente la contraria). Desde
el 19 y 20 se abrieron múltiples canales de contacto interclase, especialmente a
través de la alianza Asambleas/piqueteros/fábricas recuperadas. A pesar de que
la simpatía de la clase media por los piqueteros hoy parece estar disminuyendo,
el vínculo de solidaridad simbolizado en la consigna "Piquete y cacerola, la
lucha es una sola" ha conseguido impedir hasta ahora la criminalización de los
movimientos de desocupados.
Pero más allá de este hecho, de por sí muy importante, el
año y medio posterior al 19 y 20 ha sido extraordinariamente rico en el
desarrollo de nuevas ideas y experiencias políticas radicales. "Nuestro" QSVT
(me refiero al QSVT anticapitalista) floreció especialmente en el plano social,
como no podía ser de otra manera. La rebelión instaló definitivamente una nueva
cultura radical, ausente en las tradiciones políticas del pasado argentino. Esta
cultura ha demostrado una enorme vitalidad, especialmente si uno tiene en cuenta
que debió desarrollarse en el fuego cruzado de la represión estatal/mediática y
los ataques permanentes de la izquierda tradicional.
Esta nueva cultura se refleja tanto en las ideas, como en
las formas de organización y de lucha que adoptan los nuevos movimientos
sociales. La diversidad de experiencias es enorme, y probablemente cualquier
síntesis sea poco representativa. Creo, sin embargo, que lo característico de
esta nueva cultura podría resumirse en tres elementos: horizontalidad,
multiplicidad, y autonomía. Horizontalidad refiere al intento de crear formas de
organización en las que no existan jerarquías permanentes, es decir, diferencias
fijas y "duras" entre dirigentes y dirigidos, representantes y representados. En
términos prácticos, esto significa formas de funcionamiento asamblearias, y un
esfuerzo permanente por socializar las responsabilidades y los saberes entre
todos. Multiplicidad quiere decir buscar la unidad en la diversidad; significa
no sólo aceptar las diferencias, sino estimularlas, en la creencia de que cuanto
más variado sea un movimiento, más fuerza tendrá. En términos prácticos, esto
significa el rechazo de las identidades y los "programas" fijos y rígidos, de
los "sujetos privilegiados" y las "verdades reveladas", y la búsqueda de
consensos a la medida de cada situación y de cada grupo. Por último, por
"autonomía" me refiero al esfuerzo por ampliar la capacidad de autodeterminarse
y por crear espacios en donde podamos vivir de acuerdo a nuestras propias
reglas. En términos prácticos, esto significa un cambio en la estrategia
política, que ya no está exclusivamente centrada en la "toma del poder", sino en
el desarrollo de un "contrapoder".
El origen de estas ideas/prácticas es variado. En el plano
de las ideas, han tenido gran impacto la experiencia de los zapatistas, y
autores como Antonio Negri y John Holloway, entre otros. Diferentes
publicaciones y colectivos de acción y/o de pensamiento crítico han contribuido
a la circulación de estos saberes; entre otros, Nuevo Proyecto Histórico,
Colectivo Situaciones, El Rodaballo, Autodeterminación y Libertad,
Intergalactika, Socialismo Libertario, las Rondas de Pensamiento Autónomo, los
rosarinos de Grado Cero, etc., junto con una cantidad de intelectuales
"solitarios". Pero fundamentalmente, las características de esta nueva cultura
nacen de la práctica, y de los fracasos del pasado. Por ejemplo, ya las primeras
organizaciones de desocupados (los llamados "piqueteros"), a mediados de la
década del '90, venian desarrollando espontáneamente formas asamblearias. El
movimiento Asambleario surgido del 19 y 20 en varias ciudades argentinas adoptó
formas similares, también espontáneamente. Las políticas autónomas también
venían floreciendo en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSE),
en el Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza, y en las
organizaciones de desocupados que confluyeron en el MTD "Anibal Verón", y más
tarde en la Coordinadora de Organizaciones Populares Autónomas (COPA), entre
otros. Muchos de estos grupos desarrollaron proyectos de producción y
distribución alternativos, basados en reglas no-capitalistas. El fenómeno de las
fábricas bajo control obrero que ya cuenta más de 200 plantas ocupadas y puestas
a trabajar por los propios trabajadores participa también en alguna medida de
esta cultura, del mismo modo que experiencias de sindicatos radicales, como el
de cadetes y mensajeros (SIMeCa). Por otro lado, los colectivos de comunicación
alternativa como Indymedia y otros, y los de arte político Ardearte, Etcétera,
Grupo de Arte Callejero, etc. e innumerables bandas de música y murgas
"compañeras", forman parte en gran medida de esta renovación del pensamiento,
los "sentimientos", y las prácticas anticapitalistas. No todos estos movimientos
surgieron luego del 19 y 20; pero la rebelión de esos días contribuyó a que
todos nos encontráramos, comenzáramos a forjar una identidad en común, y a tejer
redes de apoyo, solidaridad, y acción que son cada vez más sólidas.
Es muy fácil perder de vista la enorme importancia de
todos estos fenómenos para quienes estamos todos los días sumergidos en esta
realidad, y sería realmente una lástima si el resultado de una elección nos hace
perder de vista todo lo que hemos hecho. De nuevo aquí, la perspectiva histórica
es fundamental. Existen muy pocos antecedentes, por ejemplo, de un movimiento de
desocupados de la magnitud del movimiento piquetero, capaz de movilizar a miles
de personas en acciones directas de altísimo nivel de confrontación y
efectividad. El descubrimiento de los piqueteros que la interrupción de la
circulación de mercancías es el punto vulnerable de un sistema que ha aprendido
a domesticar las luchas sindicales abrió todo un horizonte de posibilidades para
los movimientos sociales. Otro descubrimiento similar es el de las fábricas
recuperadas, que nos enseñaron que los obreros pueden hacer algo contra la
movilidad irrestricta del capital (hoy aquí, mañana en Indonesia, etc.), que
condena a los trabajadores al desempleo forzado. Ocupando las plantas y sus
maquinarias, los trabajadores pueden impedir los vaciamientos, y demostrar que,
de hecho, no necesitamos propietarios ni gerentes para mantener la economía
funcionando: ¡que se vayan ellos también, si quieren! Dicen los que saben que en
un acontecimiento tan importante como el Mayo francés (1968), sólo hubo una
fábrica recuperada. Y no creo que haya muchos antecedentes de un estado forzado,
al menos temporalmente, a expropiar las fábricas a sus dueños y ponerlas en
manos de los trabajadores, ni de miles de personas defendiendo del desalojo a
fábricas recuperada (Brukman y Zanón) en una batalla campal con la policía, tal
como ha sucedido en Argentina. Las Asambleas populares, ese maravilloso
experimento de democracia directa, tampoco es algo que deba pasarse por alto,
como si fueran parte del paisaje natural. En fin, todas las cosas que venimos
haciendo en este año y medio desde el 19 y 20 son extraordinarias por donde se
las mire, y abren nuevos horizontes de lucha y construcción de nuevas relaciones
sociales. La leyenda de las Asambleas, los piqueteros y las fábricas recuperadas
ha dado la vuelta al mundo, inspirando a movimientos sociales de muchos rincones
del planeta. Nadie puede decir, sólo por los resultados de una elección, que la
rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 pasó sin dejar huellas. ¿Y quién puede
predecir las marcas que dejará todavía en el futuro?
No: nuestros tiempos no son los de la política electoral.
Dejemos que los periodistas y los políticos canten victoria y anuncien nuestra
muerte. Pero no perdamos de vista que recién estamos naciendo, y que tenemos
motivos de sobra para estar satisfechos y orgullosos de lo que hemos hecho en
este tiempo. Por más que la prensa intente "ningunearnos", venimos siendo los
protagonistas centrales de la política nacional.
Superando limitaciones: del autonomismo ingenuo a la
efectividad política
Pero claro, nuestro orgullo y satisfacción bien ganados no
deben cerrar nuestros ojos ante las muchas cosas que nos falta hacer, los
problemas y debilidades que tenemos, y las empresas en las que hemos fracasado.
Una de las asignaturas pendientes es la de la coordinación de los diferentes
movimientos sociales, es decir, la de encontrar la manera de dotar a las redes
que venimos tejiendo de una solidez y capacidad de articulación mayores. En el
movimiento asambleario hemos realizado varios experimentos importantes en ese
sentido, como el "Piquete Urbano", o los Encuentros de Asambleas autónomas.
También los piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas ensaya formas de
coordinación. Pero en general siguen siendo demasiado vulnerables y poco
efectivas. Es cierto que debimos luchar permanentemente contra las
manipulaciones de los partidos de izquierda, y que ello, por triste que resulte
reconocerlo, se llevó buena parte de nuestra energía. Pero también es cierto que
la incapacidad de encontrar estructuras de coordinación más efectivas es una
limitación propia que debemos reconocer. En ese terreno nos queda mucho por
pensar, ensayar, e inventar.
Otra debilidad, quizás más importante, es que estamos
perdiendo nuestros canales de contacto con la realidad del común de la gente.
Existe el peligro de que terminemos viviendo en nuestra propia burbuja de
activismo radical, si no cambiamos rápidamente de dirección y dejamos de
ocuparnos de temas y de hablar con palabras que sólo se refieren a nosotros
mismos. Hacer política radical no consiste en pelearse para ver quién es más
bolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar siempre al paso del
movimiento del conjunto de la sociedad (o al menos de porciones significativas
de ella). El fracaso de nuestra estrategia para las elecciones el boycott activo
es un buen ejemplo de aquel peligro. Desde varias asambleas, grupos piqueteros y
algunos partidos como el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS) o
Autodeterminación y Libertad, hicimos campaña para que la gente no concurriera a
votar, o impugnara su voto, y planeamos acciones de desobediencia callejera para
el día de la elección. Pero, como es sabido, el porcentaje de los que nos
acompañaron fue ínfimo, y en las acciones no participaron ni siquiera los
activistas de siempre. Quizás cuando diseñamos esa estrategia, cuyo objetivo era
deslegitimar al próximo gobierno, no estuvo del todo mal pensada: unos meses
antes de la elección Menem tenía un porcentaje moderado en las encuestas, y los
medios todavía no habían inventado la amenaza de López Murphy. Pero desde que
ambos datos entraron a escena, poco antes de la votación, el panorama político
cambió bruscamente. Para la gente, con justa razón, ya no daba lo mismo quien
ganara, y desde los movimientos sociales no tuvimos la capacidad de verlo a
tiempo. Conclusión: el día de la elección quedamos solos y aislados de la
población. Y, lo que es peor, no quedamos solos pero con una estrategia correcta
(que bien puede pasar), sino solos en el error: la gente no politizada supo más
de política ese día que nosotros. Por supuesto, no quiero decir que, en lugar
del boycott, debiéramos haber hecho campaña para Kirchner (no hace falta
aclararlo, pero siempre hay alguien que entiende lo que quiere). Pero, por
ejemplo, podríamos haber dejado que cada uno votara a quien quisiera, mientras
nos ocupábamos de reforzar el "cinismo" de ese voto mediante una campaña de
burla y descrédito a la elección en su conjunto. En otras palabras, no pedirle a
la gente que se abstenga de votar, sino reforzar la sensación de que, en
realidad, ningún político nos representa (ni siquiera cuando los votamos, en
esas puestas en escena vacías de sentido que llamamos "elecciones"). Este error
que en mi opinión cometimos no es gravísimo, y es cierto que tenemos derecho a
equivocarnos; pero es un paso en falso que debemos intentar no repetir. Si nos
aislan, o nos autoaislamos de resto de la sociedad, no sólo no avanzaremos en
nuestro camino, sino que con toda seguridad terminarán barriendo con nosotros.
Por último, creo que tenemos otra debilidad que es
necesario superar, y que se relaciona con las dos anteriores. Un poco como
reacción contra la política estatista de la vieja izquierda que en su afán por
"tomar el poder" muchas veces termina creando partidos/estado a veces más
autoritarios que el propio estado capitalista muchas secciones del movimiento
social argentino vienen desarrollándose en una línea de autonomismo que me
parece un poco ingenua. En alguna jornada de reflexión escuché a un asambleísta,
por ejemplo, decir que la autonomía pasa por crear microemprendimientos
productivos, y desligarnos totalmente del estado en una especie de "sociedad
paralela". Sin duda esto es importante, pero no creo que la emancipación pase
sólo por aprender a fabricar nuestros propios dulces en conserva, ni simplemente
por crear formas de defensa contra los ataques del estado. Ya en el siglo XIX
los socialistas Fourieristas e Icarianos, por ejemplo, se dedicaron a fundar
cientos de comunidades paralelas (los llamados "falansterios"), capaces de
autosustentarse en todo sentido (producción, educación, leyes propias, etc.).
Muchas de estas comunidades llegaron a agrupar a varios cientos de personas,
incluso miles, y algunas duraron tanto como 70 u 80 años. Pero invariablemente
terminaron disolviéndose, no por la represión estatal, sino bajo la presión del
capitalismo: los hijos o nietos de sus fundadores simplemente prefirieron irse
al "mundo exterior". De más está decir que el capitalismo del siglo XXI impone
todavía muchas más restricciones y presiones que el de hace 150 años. La
estrategia de la "sociedad paralela" (por lo menos así entendida), es hoy
inviable.
Por eso, creo que esfundamental comprender que la
verdadera autonomía se pelea todo a lo largo de la sociedad (incluyendo el
estado). Aclaro de nuevo aquí, para que no haya malentendidos: creo que la
construcción de autonomía, lo que algunos llaman "contrapoder", tiene que ser el
horizonte fundamental de nuestra táctica política. Pero para cambiar el mundo
tenemos que encontrar la forma de desapoderar el estado, y reemplazarlo por otra
forma de relacion social. Las asambleas de barrio, las fábricas autogestionadas,
los microemprendimientos no capitalistas son fundamentales. Pero una sociedad
nueva no se sostiene sólo con eso.
Sabemos lo que no queremos: no queremos que la democracia
se reduzca a elegir candidatos cada cuatro años como quien elige un cepillo de
dientes en el supermercado. No queremos la partidocracia ni el parlamentarismo
actuales. No queremos líderes iluminados, ni "representantes" que nos quiten
nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. No queremos delegar poder en
un compañero, para que con el tiempo ese compañero lo acumule y se transforme en
otro mandón más. No queremos burocracias sindicales, ni los partidos jerárquicos
y autoritarios de la vieja izquierda.
Cuando nos encontramos en las calles y descubrimos las
formas de funcionamiento asamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a
ellas como a un pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y
dientes contra los que querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido. Y está
muy bien que lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque es la base sin
la cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación. Pero es importante
que sepamos que con eso solo no alcanza. Nos falta pensar y experimentar formas
efectivas y realistas de gestión de lo social a gran escala. Nos falta encontrar
la forma de vincularnos a la política estatal, e incluso a la electoral, sin que
ellas nos terminen absorbiendo. Creo que ésta es la pregunta del millón, no sólo
en Argentina, sino en muchos otros países, donde la protesta social y el
activismo están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España, e incluso
EEUU y Canadá), y sin embargo, en el plano de la alta política, parece que no
pasara nada. Vamos por el buen camino, y desde el 19 y 20 hemos caminado un
largo trecho; pero quizás haya que reconocer que estamos mucho más atrás de lo
que pensábamos, y que nos falta mucho por inventar. Un anticapitalismo efectivo
no puede quedarse en la denuncia permanente, o en la mera crítica testimonial:
es necesario que desarrollemos alternativas posibles, que tengan sentido para
las personas comunes (y no sólo para nosotros los activistas) sin por ello
perder su radicalidad.
Hoy el régimen social en argentina comienza a
estabilizarse, después del cataclismo de diciembre de 2001. La rebelión del 19 y
20 nos mostró que la gente esta dispuesta a salir a la calle y derribar un
gobierno, y que sabe cómo hacerlo. No creo que la tarea del momento sea
explicarle a los demás que vivimos en un mundo injusto, dominado por
explotadores que están deteriorando nuestras vidas y el planeta a ritmos cada
vez más acelerados, mientras nos condenan a la represión y la guerra
permanentes. Eso lo siente, en mayor o menor medida, casi todo el mundo. Pero
nadie va a saltar por ello al vacío, por más graves que sean los cataclismos que
vengan: necesitamos pasar de la crítica y la resistencia, a la construcción de
alternativas deseables y posibles para seres humanos de carne y hueso, y de
tácticas políticas viables para hacerlas realidad.
Durante el año y medio que siguió al 19 y 20, desde el
rincón del planeta que habitamos, nuestro grito atravesó el mundo y consiguió
expandir el horizonte de lo posible. Ojalá hoy estemos a la altura de las tareas
que nos esperan.
Con el corazón en
un edificio arrebatado a un banco, cerca del Cid Campeador,
Ciudad de Buenos Aires, 17 mayo de 2003.
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