Mientras
los argentinos y el mundo seguíamos las noticias de la pobreza extrema en
millones de habitantes de este país, con niños muertos por inanición, nuestros
campos brindaban casi con bronca más y más producción.
Si el comentario anterior es inaceptable para quienes conocemos la riqueza de
nuestros suelos, también es curioso este proceso de más producción y menos
agricultores.
Los datos del tardío Censo Nacional Agropecuario –demorado 14 años– certifican
algo que se respiraba desde hace años entre quienes somos parte del campo: la
permanente desaparición de explotaciones y de productores agropecuarios.
Este proceso, que en Argentina comenzó a mediados de los ‘70 pero que se
acentuó con la convertibilidad, vino acompañado de determinadas tecnologías
que posibilitaron un avance hacia la producción en escala. Así, se ocupó cada
día menos mano de obra, que fue sustituida por el uso de agroquímicos y
maquinaria específica de grandes dimensiones.
Este paquete tecnológico, impulsado por la siembra directa, significó que año
tras año, la soja se fuera convirtiendo en la “reina verde”, en detrimento de
otras producciones agrícolas, y por supuesto, de la ganadería en sus distintas
versiones.
Pero no sólo la tecnología jugó en contra en este proceso de concentración.
La falta de políticas agropecuarias sustentables dejó a los productores más
débiles librados a su suerte, carentes de organismos reguladores
indispensables.
Se
debilitó a los restantes, como el caso del Inta, Inti, Senasa, y para qué
ahondar en el catastrófico desmantelamiento de redes de infraestructura
ferroviaria y el abandono de la red caminera.
Si lo importante son las cifras de producción, sin duda vamos fantástico. Pero
si nos preguntamos por qué desaparecieron tantos productores en 14 años y cuál
es el futuro de la agricultura en Argentina, ahí debemos tener muchísimo
cuidado.
No vamos por el mejor camino si crecen sin control las áreas agrícolas, ya que
se desmonta, se destruye el ecosistema y se mercantilizan los recursos
naturales.
Devaluación
Otro aspecto a tener en cuenta es el actual nivel de precios internacionales,
que –sumados a la devaluación– colocaron al sector exportador en una posición
envidiable. Esta situación invitó a muchos al negocio agrícola, pero cuando
caigan los niveles de precios internacionales y el efecto devaluatorio pierda
su efecto con el tiempo, dejará de ser negocio: se marcharán y quedarán
todavía menos auténticos productores.
Es cierto que el proceso de concentración económica es mundial y que la
agricultura no está fuera de este sistema. Pero también es cierto que se
convirtieron a muchas poblaciones del país en pueblos fantasmas, que se
expulsó a la gente del campo a la ciudad y que somos tecnológicamente cada día
más dependientes.
Esto, tal vez, sea el símbolo de la Argentina paradójica: más de 70 millones
de toneladas de cereales y oleaginosos, casi dos vacas por habitante, más de
200 centímetros cúbicos de leche por persona por día, alimentos para 300
millones de personas...
Todo con
el 30 por ciento de productores menos. Tal vez esto explique por qué a muchos
le falte lo necesario en la mesa del día.
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