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NO AL ALCA


EL ALCA VISTO DESDE LOS EEUU
por James Petras

Tenemos que insistir para que la mayoria de la población se de cuenta de este aberrante plan con el cual colaboran muchos de nuestros gobernantes a nuestras espaldas.

Los banqueros estadounidenses sueñan con el ALCA. Mientras que el conjunto de América Latina lo considera una triste pesadilla. James Petras nos introduce en un interesante análisis.

Las conversaciones y entrevistas de los hombres de negocios y de los banqueros de Wall Street, las opiniones de los editores financieros y de los representantes del gobierno en Washington y la lectura de periódicos económicos y documentos públicos nos indican que el ALCA goza de un apoyo entusiasta y casi unánime en este país. La confederación sindical AFL-CIO (American Federation of Labour merged with Congress of Industrial Organisations), que en cualquier caso carece prácticamente de poder, está tratando de imponer tarifas a las exportaciones de América Latina para proteger a los trabajadores estadounidenses, pero si hacemos abstracción de algunos grupos afines a iglesias cristianas y de las organizaciones latinoamericanas de solidaridad que se oponen al ALCA, el resto de la opinión pública estadounidense ni siquiera conoce la existencia de este acuerdo comercial.

Tales premisas nos permiten plantear diversas preguntas: (1) ¿Cómo es posible que tras el fracaso de las políticas de libre mercado aplicadas durante las dos últimas décadas en América Latina y la pobreza cada vez mayor que sufre México bajo el NAFTA (,i> North American Free Trade Agreement) exista un respaldo tan firme por el ALCA?; (2) ¿Por qué sería necesario el ALCA, si las compañías multinacionales estadounidenses y europeas han prosperado bajo el actual marco neoliberal? y (3) ¿En qué aspecto de la estrategia de guerra global de la administración Bush encaja el ALCA?

La transición, desde los beneficios exorbitantes al ALCA - Entre los años 1990 y 2002 -la "edad de oro del neoliberalismo"- los bancos y las compañías multinacionales obtuvieron un trillón de dólares en beneficios, intereses de la deuda y regalías provenientes de América Latina. Además, la elite latinoamericana expatrió cerca de novecientos mil millones de dólares de "dinero sucio" (fondos de origen ilícito) por mediación de los bancos estadounidenses y europeos. Éstos, durante el mismo periodo, adquirieron más de 4000 lucrativos bancos públicos, compañías de telecomunicaciones, de transportes, petroleras y mineras, y de venta al por menor en toda Latinoamérica, pero sobre todo en Argentina, México y Brasil. El superávit del comercio de los Estados Unidos con América Latina compensó más del 25% de su déficit con Asia o más del 50% con Europa.

Las tasas de beneficios e intereses de las compañías multinacionales y de los bancos estadounidenses en Latinoamérica duplicaron y triplicaron su rentabilidad en los Estados Unidos. Dichas empresas, al relocalizarse en el cono sur, fueron capaces de reducir sus gastos laborales en un 70 a 80%; la parte del mercado de venta al por menor en Latinoamérica se incrementó de manera exponencial por mediación de los bancos y de las compañías filiales, sobre todo en la comida rápida, en los centros comerciales y en los bienes raíces. En otras palabras, las políticas de "libre mercado" dieron lugar a resultados diametralmente opuestos: por un lado, los beneficios más inmensos y la mayor presencia de multinacionales estadounidenses en América Latina de todo el siglo XX y principios del XXI y, por el otro, el crecimiento más bajo durante el mismo período en la región, especialmente en Argentina, Brasil y México. La pobreza y el estancamiento de América Latina es un producto de la concentración y la centralización de la riqueza, así como de la expansión de los Estados Unidos.

Los banqueros estadounidenses son de la opinión que los regímenes "neoliberales" fueron un éxito resonante y consideran que el ALCA profundizará y prolongará los años literalmente dorados de 1990 a 2002. Las transferencias masivas de riqueza hacia el "norte" han limitado la acumulación y el crecimiento local; la privatización ha conducido a beneficios cada vez mayores y a un desempleo creciente; la desregulación bancaria ha permitido que los bancos estadounidenses se apropien de los ahorros locales y transvasen de manera ilegal miles de millones de fondos ilícitos desde América Latina a los Estados Unidos (entre los cuales se encuentran los cien millones de dólares que el Citibank desvió a nombre de Raúl Salinas de Gortari), mientras que, al mismo tiempo, los productores locales se enfrentaban a elevadas tasas de interés y a un crédito exiguo; el "proteccionismo y el mercado libre" asimétricos han conducido al control del comercio al por menor, de las telecomunicaciones y de los bienes raíces por parte de las compañías estadounidenses, así como a cupos y restricciones a las exportaciones latinoamericanas de productos agrícolas (cítricos, azúcar, algodón, langostinos, etc.), del transporte, de los textiles y de otras muchas mercancías.

Si excluimos el petróleo y los productos de las plantas de montaje -de propiedad extranjera-, que poseen un bajo valor añadido, el porcentaje de las exportaciones latinoamericanas en comparación con las exportaciones de los Estados Unidos ha disminuido considerablemente. Si este inmenso volumen de riqueza que se esfumó en dirección de los Estados Unidos se hubiese invertido en América Latina durante la pasada década, el nivel de vida habría aumentado allí un 40% y los sistemas nacionales de salud y educación habrían mejorado enormemente.

La conclusión está bien clara: el apoyo de los Estados Unidos al ALCA se debe a los beneficios exorbitantes que obtienen con las políticas de libre mercado y a la creencia de que el acuerdo consolidará el marco necesario para la continuidad de las ganancias. La desintegración de las economías de América Latina y la descomposición de sus sociedades únicamente entrarían en los cálculos de Wall Street y Washington si llegaran a producirse revueltas populares, en cuyo caso Washington está preparado para imponer un control militar, pero no para modificar las condiciones de explotación.

*Profesor de Ética Política en la Universidad de Binghamton, Nueva York.


 



 


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