anche in italiano
also in English
aussi en français



El síndrome de powerpoint

de Giancarlo Livraghi
gian@gandalf.it
marzo 2004

Traducción de María Copani y Pino Laurenza


 
 

Muchas enfermedades modernas tienen orígenes antiguos. No es difícil imaginar un remoto antepasado nuestro que, luego de descubrir un modo eficaz y veloz de dibujar un bisonte, llenara las cavernas de interminables pinturas celebratorias con una infinidad de historias de caza – que poco tenían que ver con su real habilidad de procurar el asado a su familia o a su tribu.

El “síndrome de powerpoint” es una enfermedad conocida y bastante bien diagnosticada, no sólo por brillantes autores satíricos como Scott Adams, sino también por puntuales análisis de eficiencia organizativa y de calidad de las comunicaciones.

Hay quien lo define como disinfotainment. Hay quien afirma que el modelo powerpoint ha empobrecido gravemente la comunicación interna en las empresas. Hay quien, como Sun, ha prohibido su uso desde su organización. etcetera,

En un artículo de Wired de setiembre de 2003 Power Corrupts, PowerPoint Corrupts Absolutely Edward Tufte, un profesor de Yale que ha escrito un libro sobre el tema, explica cómo ese tipo de técnicas ha dañado y corrompido la comunicación y los instrumentos cognitivos no solo en las empresas, sino también en las escuelas.

(Hay también un artículo PowerPoint Makes You Dumb en el New York Times Magazine de 14 diciembre 2003).

El origen, naturalmente, precede por varios años al uso de tecnologías electrónicas. Desde tiempos inmemorables se usan carteles, diapositivas, pizarrones, etcétera. Aun sin regresar a la edad de piedra, a las máscaras y a las máquinas escenográficas del teatro griego, o a otros infinitos ejemplos en la historia, técnicas y siempre se usaron recursos de toda especie para presentar o ilustrar una situación, un proyecto, la calidad y las características de una empresa, de un producto o de una idea.

Espléndidas pinturas y esculturas de todos los tiempos, que con cuidado y placer conservamos en los museos, nacieron como instrumentos para ilustrar un pensamiento, una propuesta, una convicción o una opinión. Pero casi ninguna de las presentaciones en powerpoint de nuestros días merece ser expuestas como obra de arte – o incluso sólo como ejemplo de comunicación especialmente brillante y funcional.

Hoy como entonces, mecanismos, síntesis visuales y “efectos especiales” pueden ser usados en modo inteligente y eficaz. Para concentrar la atención sobre los puntos más importantes, para poner en evidencia los datos más significativos, para valorizar conceptos que una imagen puede expresar mejor que las palabras. En suma, para explicarse mejor.

Pero también pueden servir, demasiado fácilmente, para maquillar las informaciones o para confundir las ideas.

Sabemos que los datos, balances, estadísticas, tendencias, proyecciones y previsiones se pueden deformar de infinitas maneras. Hace cincuenta años había hecho un eficaz resumen sobre el tema Darrell Huff. Su brillante librito How to Lie with Statistics salió en 1954. Sigue siendo imprimido y tiene más actualidad que nunca. Merecería ser un texto obligatorio no sólo para quien hace investigaciones, sondeos o estadísticas, sino también y sobre todo para quien lee sus resultados y desea extraer alguna consecuencia práctica, conocimiento científico o enriquecimiento cultural.

Además de analizar con divertida claridad los mil modos en que un dato puede ser falseado, intencionalmente o por error, Huff explicaba también cómo se lo puede maquillar en una presentación visual. Por ejemplo la variación de un número puede ser mostrada con imágenes bidimensionales en vez de líneas o histogramas. La altura indica la cantidad, pero la imagen es su cuadrado. Por lo tanto, si el dato que se está presentando se aumentara un 40 por ciento, la percepción visual indicaría que casi se ha duplicado.

El efecto puede ser acentuado posteriormente si en lugar de una forma geométrica se propone una imagen – como el bisonte del precursor cavernícola. Si usamos, por ejemplo, el dibujo de un animal para representar el aumento o la disminución de una especie, o una vaca para indicar la producción de leche, la percepción es tridimensional. La vaca más grande puesta junto a una más pequeña da la impresión de que no es el cuadrado, sino el cubo de lo real.

¿Y cuando se habla de dinero?  Se puede obtener el mismo efecto. Basta mostrar monedas, cajas fuertes, bolsas de oro u otras metáforas en lugar de simples indicadores lineales. Este es sólo uno entre los infinitos ejemplos sobre cómo una variedad de efectos puede ser usada para acentuar o disminuir, valorizar u omitir, cualquier tipo de datos y de informaciones.

La lista de efectos y trucos podría continuar hasta el infinito. Y naturalmente se pueden producir ilusiones perceptivas aún más fuertes cuando se usan imágenes en movimiento.

Los recursos en sí no son ni sinceros ni mentirosos. El resultado depende de cómo se usan. Una presentación bien proyectada y realizada hace que la explicación sea más eficaz e incisiva. Pero si está intencionalmente maquillada puede ser la fábrica de los engaños – o, si no es realizada con la necesaria atención, puede obtener efectos muy diferentes de los deseados.

Por otra parte una presentación estandarizada es peligrosa. Induce a seguir un camino predefinido, a aburrir al auditorio o al interlocutor con el suministro obligatorio de cosas que no le interesan, en vez de concentrarse en sus intereses y en sus preguntas.

Una presentación eficaz requiere trabajo, atención, competencia. Pruebas y verificaciones, estudio de los modos expresivos más adecuados, coherencia rigurosa y atenta entre los conceptos y el modo más eficaz de expresarlos.

Aun cuando los recursos técnicos eran menos fáciles y más costosos (en términos de tiempo y dedicación, además de los gastos) se cometían errores de todo tipo – con resultados de involuntaria comicidad, de peligrosa incomprensión, de distracción o de tedio. Pero era un poco menos probable que una presentación resultara mal realizada – porque la presentación era laboriosa, requería cuidado y atención. Ahora, en cambio, entra en juego la intoxicación de powerpoint.

Parece todo fácil. Un espectáculo vistoso se puede poner en escena en pocas horas. La variedad de jueguitos disponibles induce a excederse. El resultado es a menudo desolador.

Los recursos ofrecidos por el software tienden a ser siempre los mismos. Así, quien nos habla de un problema complejo y sutil se asemeja a quien trata de vendernos el más estúpido de los adminículos. La monotonía de la apariencia prevalece sobre la diversidad de los contenidos. La abundancia de cosméticos y maquillajes es desesperadamente repetitiva. El efecto se vuelve fácilmente soporífero.

Vemos con frecuencia un presentador, prisionero de un formato preestablecido, caer en desoladora vergüenza frente a la más simple de las preguntas. Porque está adiestrado para repetir, sin profundizarla, la presentación hecha por algún otro. O porque, si está el autor, se dejó llevar por el mecanismo expositivo y perdió de vista la sustancia del tema.

La enfermedad se acentúa cuando, después de un encuentro o un convenio, en vez de un docuento escrito, se entrega o distribuye una copia de las “diapositivas”. Es evidente que las síntesis o las imágenes destinadas a acompañar una presentación verbal son una cosa completamente distinta de un texto destinado a la lectura. Pero la prisa, la costumbre, la sujeción pasiva a las tecnologías inducen a usar instrumentos equivocados. A menudo, de esa manera, la comunicación se vuelve incomprensible (incluso cuando no es intencionalmente trucada).

Suceden cosas bizarras con la “personalización”. Es muy fácil, con un software, sustituir un nombre o una identidad. Demasiado fácil. Así una presentación o un documento en la página 1 se dirige al señor Pérez o a la sociedad García, que se ocupan de libros, mientras en la página 12 se descubre que es un refrito de cosas preparadas para alguien que vende automóviles.

El cuadro se complica, naturalmente, cuando se trata de comunicación online. No sólo existen los que, para mandar seis líneas de texto, envía un adjunto en powerpoint de tres megabytes. Vemos incluso sitios web (o sus partes) que son groseras transposiciones de cosas preparadas para un propósito muy distinto. Existe también ese mal crónico, ya tantas veces diagnosticado, que es la prevalencia de la cosmética sobre los contenidos.

Después de tantos años de discusiones y de profundizaciones sobre la usabilidad, y sobre la importancia de los contenidos, los mejores realizadores de sitios web saben que hay que atender a la sustancia y no a la apariencia.

(Ver L’architetto e il giardiniere – en italiano o en inglés).

Pero a menudo quien encarga el trabajo es quien quiere que las cosas se hagan mal. Porque no entiende la diferencia entre la internet y la televisión – o porque se contagió la infección powerpoint – o porque no quiere dedicar recursos humanos para ofrecer contenidos significativos y servicios útiles.

Y así siguen multiplicándose las latas vacías, las apariencias sin sustancia. Cosa poco aceptable en todo tipo de comunicación, pero especialmente insensata en el caso de la red.

El mal de powerpoint, en suma, no concierne sólo al uso de una tecnología en particular. Es una contagiosa enfermedad cultural. La abundancia de los recursos induce a la exageración y el facilismo. El culto de la apariencia facilita las trampas. Debemos aprender a domar la proliferación salvaje de los instrumentos expresivos para reducirlos a la obediencia, al servicio de lo que tenemos que decir – siempre y cuando haya algo que de verdad merezca ser dicho y explicado.



home
home