|
Un antiguo proverbio dice chi va piano va sano e va
lontano (quien va despacio va lejos y va
sano). Creo que nació en un mundo antiguo y
agrícola, donde el tiempo estaba dictado por el ciclo de
las estaciones. Para los campesiones el único medio de
transporte eran los pies; y quien podía disponer de un
caballo o de una carroza tampoco iba muy lejos, respecto
a lo que podemos hacer hoy, y le tomaba una infinidad de
tiempo. El trabajo en los campos era pesado. El horario
era del alba al crepúsculo, seis días a la
semana (si es que descansaban los domingos). Un poco
menos pesado en el frío del invierno, cuando hasta las
plantas descansan; agotador en verano. ¿Podemos o
deseamos regresar a esa era bucólica? Creo que no. Pero
no es un buen motivo para vivir obsesionados por la prisa.
Mientras escribo estas líneas, se está esperando el
resultado de las elecciones presidenciales en los Estados
Unidos. LAmerica è senza presidente
(Los Estados Unidos no tienen presidente),
titula a página completa el diario italiano Corriere
della Sera. No es verdad. El presidente en funciones
durará hasta mitad de enero. Un día, o tres, o diez de
retraso no tienen la más mínima importancia. Y sin
embargo andan diciendo que todo el mundo está con
el aliento suspendido. ¿Por qué deberíamos
infligirnos esta inútil apnea si no es por el hecho de
que estamos habituados a fabricar urgencias inexistentes?
Oigo repetir afirmaciones que me dejan muy perplejo. En
base a la siempre citada Ley de Moore, la potencia de los
microprocesadores se duplica cada 18 meses. Creo que es
cierto, y desde un punto de vista técnico es fascinante.
Pero el provecho que se obtiene es muy discutible.
Alguien dice que un automóvil, en cien años, ha
duplicado y triplicado su velocidad, mientras una
computadora la duplica en un año y medio. Ergo
la nueva economía es más veloz. Un
razonamiento de este tipo no resiste un mínimo de
análisis. Es técnicamente posible hacer propulsores que
hacen volar un avión a miles de kilómetros por hora y
que lanzan un cohete más allá de los límites
orbitales. Pero no tendría sentido alguno hacer andar un
automóvil a esa velocidad. No resistiría el medio
físico (ruedas, frenos, estructura) y sobre todo nadie
lograría manejarlo.
La potencia de los procesadores ha sobrepasado
enormemente la utilidad que puede obtener de él un
usuario. Sistemas cada vez más poderosos y veloces
pueden ser útiles para grandes máquinas con tareas
complejas, pero no sirven para las personal computers.
Y sabemos que la potencia de la red, es decir de los sistemas de
conexión, se ha vuelto mucho más importante que
la capacidad de elaboración de una máquina.
Por lo tanto el efecto de la Ley de Moore debería ser:
igual potencia (con soluciones más estables y
confiables) a un precio que se reduce a la mitad cada 18
meses. En cambio se siguen inventando complicaciones para
llenar la potencia de los procesadores y la
capacidad de los instrumentos de soporte (memoria,
discos rígidos, etcétera) cada vez más
grandes, con inútiles y fastidiosas innovaciones
que obligan a continuas actualizaciones. No se ve aún
el final de esta carrera del absurdo, pero algún día el sentido
común deberá prevalecer.
Un paso aun más azaroso es el que lleva a pensar que,
como consecuencia de todo esto, el mundo debe moverse
cada vez más de prisa. En realidad un poco de
aceleración serviría allí donde los servicios mal
estructurados hacen perder una infinidad de tiempo. Soy
el primero en encontrar insoportable que por una hora de
vuelo se deban perder tres en transportes urbanos y
esperas en los aeropuertos. Por no hablar de las
horribles tecnologías que nos hacen perder tiempo con
sistemas telefónicos que funcionan mal, colas inútiles,
infinitas incomodidades que podrían ser eliminadas
usando los recursos técnicos (y humanos) con un poco de
raciocinio. Pero de esto casi nadie se ocupa seriamente.
Y mientras tanto todos van con prisa, sin saber dónde o por qué.
La obsesión de la prisa está sobre todo en el trabajo,
pero ha invadido también la vida privada. Fast food,
fast vacaciones, fast carreras de
cualquier cosa... según se ve representado por ahí,
parece que hasta el sexo se hubiera vuelto fast,
algo a consumir con prisa. Parece que el
máximo de las ambiciones humanas fuera la eyaculación
precoz (esto podría ayudar a explicar por qué tantas
mujeres están nerviosas y un poco irritadas en
comparación con el universo masculino).
Toda esta prisa ¿es, como se dice, un efecto de la
internet? ¿Se debe a que con la red se comunica
velozmente, y por lo tanto debemos hacer más rápido
todo el resto? Realmente no lo creo. La máquina de
la prisa si puso en movimiento hace varios años,
cuando la internet no existía o la usaban poquísimas
personas. Circulaban tontos manualcitos llamados One
minute manager, que por algunos meses fueron
considerados como evangelios y después rápidamente
olvidados. Pero quedó la superstición de que un buen
manager debe siempre saber hacer y decidir en
un minuto. La consecuencia de esta mentalidad es que
muchas decisiones apresuradas crean una infinidad de
problemas, por los cuales hay que correr desesperadamente
(y perder un montón de tiempo) para tratar de remediarlos.
Creo que ha llegado el momento de detenerse (por más de
un minuto) y pensar. Si se quiere llegar de prisa, a
menudo es más eficaz buscar con calma un recorrido
inteligente que correr quién sabe adónde y sin
brújula. También (y especialmente) en la internet, a
menudo una intuición veloz puede abreviar un recorrido;
pero a esa intuición no se arriba si no se ha construido
primero un patrimonio de experiencia y de orientación.
La evolución de la red (jamás me cansaré de repetirlo)
es biológica. Puede ser veloz, pero tiene tiempos y
ritmos que siguen una evolución natural. Los orígenes
de lo que hoy es la red son más antiguos que esas
técnicas (que de todos modos se remontan a hace treinta
años o más). Nacen de conceptos que ya tenían forma
hace cincuenta años o incluso antes. La internet no es
una tecnología, es una cultura. Y las culturas humanas
no se forman en pocos años. La evolución que puede
nacer de los nuevos sistemas de comunicación está aún
en sus inicios; podemos discutir si se trata de infancia o adolescencia,
pero ciertamente está muy lejos de la madurez.
Para hacer un buen ragú no hace falta un ciclotrón.
Bastan utensilios simples; pero hay que darle tiempo,
experiencia, inteligencia, atención, sensibilidad y
gusto. Las mismas cosas que sirven para comunicar
eficazmente en red como en cualquier otro modo. Con la
diferencia de que un discreto ragú se puede comprar ya
listo en el supermercado, pero la buena comunicación
jamás es preconfeccionada o hecha en serie.
Lo que cuenta no es usar tecnologías veloces, sino
construir relaciones duraderas. Cosa que hoy podemos
hacer mucho más velozmente de cuanto podía un campesino
de hace trescientos o tres mil años. Pero se trata de
meses o años, no de días o minutos.
home
|