Desde hace varios años se habla de
congestión informativa. Existía
mucho antes de que se difundieran las tecnologías
electrónicas; pero con la informática, y
más aún con la telemática, se ha vuelto
más evidente e inmediatamente tangible.
Un problema complejo y de difícil solución,
al cual se le está agregando otro. La sobreabundancia
de comunicación.
Gran parte de la humanidad vive aún en el otro
extremo: escasez de información y de instrumentos para
comunicar. Este es un problema muy serio pero se cruza y se
intrinca con su opuesto, la congestión comunicativa,
cada vez más dominante en la parte del mundo en la que
vivimos. Cada vez más compleja, congestionada y
farragosa al punto de transformarse en
incomunicabilidad .
El cambio comenzó en 1844 con el telégafo;
y después la transición a wireless en 1901,
cuando Marconi hizo realidad el primer experimento de
telégrafo sin hilos.
Cien años, en un mundo que muestra una
rápida evolución, no son pocos. Pero tantas
cosas hicieron falta para llegar a esa sobreabundancia de
instrumentos que hoy nos encontramos frente a una
condición paradojal en la cual es cada vez más
difícil comunicar eficazmente.
Una persona que tiene dos o tres teléfonos, fijos
o móviles, además del fax, una conexión
de internet, etc, si no quiere pasar toda su vida dialogando
con quienquiera que lo esté buscando, está
obligada a montar un sistema de defensas. Así se
amontonan contestadores, respuestas automáticas,
transferencias de llamadas... y muchas personas se vuelven
casi inaccesibles.
Hay oficinas en las cuales, si buscamos a uno que
conocemos muy bien y que está esperando una respuesta,
incluso en la línea privada encontramos una persona
que nos pregunta quiénes somos y qué deseamos,
y después nos pasa a una segunda persona que repite
las mismas preguntas... y después descubrimos que el
doctor Pérez no está. O bien la llamada va
automáticamente a una grabación que promete una
respuesta pero que (según parece) nadie jamás
escucha. Su celular está apagado, o está el
contestador, o nadie responde. Entonces le mandamos un fax o
un e-mail para decirle «Querido Pepe, si quieres que te
responda, llámame tú». Pero cuando lo
hace, corre el riesgo de chocar contra el bloqueo de alguna
defensa que hemos puesto nosotros.
La acumulación de automatismos multiplica las
posibilidades de errores. Mensajes que interesaban
(quizás) a una persona son mandados a cientos o a
miles (y no se trata solo del tristemente célebre spamming
en la internet sino también de congestión en las redes
internas y de otros fenómenos variadamente perversos).
La comodidad de la telefonía móvil induce a
comportamientos no siempre ideales. Sucede a
todos, creo, tener amigos que nos llaman más
gustosamente cuando están paseando en auto, en tren o
sacando al perro. Comprensible... pero fastidioso. Mi amigo
Fulano se convierte en una persona con la cual ya no tengo un
diálogo telefónico que no esté repleto
de ruidos, molestias e interrupciones. Si fuera ocasional,
sería aceptable. Pero cuando es habitual, se convierte
en una obsesión.
Los irritantes automatismos presiona uno,
presiona dos, etcétera... ya son pasto de
escenas cómicas. Pero siguen fastidiando; empeorados
por grotescos experimentos de reconocimiento de
voz. Cada vez que se traspasa una frontera con un
teléfono Gsm, uno se ve inundado por fastidiosos
mensajes del operador local. Bastaría uno, de veinte
caracteres, que nos dijera a qué número llamar
en caso de necesidad. Etcétera... los ejemplos son
infinitos y cada día alguien inventa un nuevo enredo o molestia.
El progreso en las tecnologías de la
comunicación se está traduciendo en una
regresión; la sobreabundancia de recursos se
transforma en la fábrica de la incomunicabilidad.
¿Cómo se sale de esto? Conceptualmente es simple.
Con una vigorosa inyección de sentido común y
con una despiadada eliminación de los recursos
innecesarios. Lo cual significa, naturalmente, que cada
persona debería tener la facultad de activar
sólo lo que le interesa (y no la fatiga de desactivar
lo que no necesita) y que nadie, jamás, debería
recibir comunicaciones indeseadas. ¿Difícil? No.
Pero hace falta un profundo cambio de mentalidad y de hábitos.