¿2012 el mejor año
de toda la historia?
Giancarlo Livraghi enero 2012
traducción castellana de Rudy Alvarado
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(mejor para imprimir)
Debo dar las gracias a Gerry McGovern, quien el 24 de diciembre de 2012 en su periódico New Thinking reportó un interesante artículo publicado por el semanario británico The Spectator el 15 de diciembre con un título inusual y sorprendente.
Why 2012 was the best year ever
Never in the history of the world has there been
less hunger, less disease and more prosperity
La afirmación, por supuesto, ha causado todo tipo de polémica. Está claro que no tenía intención de ser una banal celebración. Y no se trata solamente de un desafío para socavar la superficialidad de la opinión dominante.
Las estadísticas son siempre discutibles. Y, por supuesto, sobre cualquier tema, todo el mundo puede elegir los números y datos que mejor se adaptan a su opinión. Pero está lejos de ser irrelevante (tampoco es vana polémica, aún menos optimismo ingenuo) señalar que hay, en efecto, cosas que están mejorando. Por encima de todo, entender qué, cómo, dónde y por qué.
Aunque sea obvia, se necesita una premisa. Si hay algo que es mejor no significa que sea suficientemente bueno. Si un enfermo mejora, sigue siendo necesario el tratamiento antes de que esté curado. Los graves problemas sobre los que razona The Spectator no están resueltos.
Sin embargo, es importante entender que las fuerzas en juego donde se observan mejoras son a menudo diferentes a las que acostumbran evaluar las grandes instituciones y las opiniones más extendidas.
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Estos son algunos ejemplos citados por The Spectator (indicando claramente las fuentes en las que se basan los análisis y las razones por las cuales los consideran fiables).
Una de las observaciones más sorprendentes de The Spectator se refiere a los datos de la pobreza mundial. «En 1990 las Naciones Unidas habían proclamado los objetivos de desarrollo del milenio, el primero de los cuales era reducir a la mitad el número de personas en pobreza extrema para 2015. Resultó que esto se alcanzó en 2008». El cálculo en el que se basa es un análisis publicado por el World Bank el 29 febrero 2012. La tendencia es lenta, pero continua.
Es desconcertante que, en medio de una inundación de especulación y debate sobre la llamada crisis económica y el alarmante crecimiento de la pobreza en los países ricos, los estudios de este tipo sean completamente ignorados.
Obviamente no estamos a medio hacer no sólo porque reducir a la mitad no es suficiente, sino que también porque sigue siendo intolerable el sufrimiento y sacrificio, incluso habiendo salido de la pobreza extrema. Sin embargo es estúpido ignorar el hecho de que hay algunos avances y merecen ser comprendidos.
En general, en todo el mundo, es esencial esta observación de The Spectator. «Los grandes progresos de la humanidad no provienen de los políticos, sino de la gente común».
Y explica. «Los gobiernos de todo el mundo están varados en lo que Michael Lind describe como una época de turboparálisis: Todo movimiento, ningún progreso. Pero fuera de los gobiernos hay progresos espectaculares».
Este entusiasmo por la mejoría espontánea puede ser exagerado. Pero el hecho, extensamente ignorado, es que se obtienen resultados mucho más importantes al comprender, fomentar, estimular y apoyar las iniciativas y la dedicación de las personas en lugar de tratar de resolver todos los problemas con medidas impuestas desde arriba.
El artículo de Michael Lind se encuentra en la misma edición de The Spectator. Describe la turboparálisis como «una condición de prolongada agitación furiosa sin movimiento en cualquier dirección particular, una situación en la que el motor ruge y las ruedas giran, pero el vehículo no se mueve».
Explica que en este atolladero no se ha atascado sólo la política, sino también una gran parte de la opinión pública, más comprometida en los conflictos entre egoístas intereses personales o de categoría que en la búsqueda del necesario bienestar común.
Para hacer las cosas aún peor, a pesar de toda la cháchara confusa acerca de globalismo, demasiada gente en todo el mundo no es capaz de pensar más allá de las fronteras de sus países (o incluso regiones más pequeñas).
Ninguna solución real y durable puede surgir a la vista si no se entiende y se desarrolla en una perspectiva más amplia. Y no sólo en términos de dinero, sino sobre todo de la sociedad civil, el bienestar y la cultura.
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Antes de llegar a un intento de conclusión, o al menos de resumen, veamos algunos otros ejemplos que The Spectator ha recogido.
El índice promedio de esperanza de vida en África ha aumentado a 55 años en 2012, frente a 50 en 2002. Es razonable pensar que es el más alto en la historia de la humanidad.
Obviamente es todavía muy bajo en comparación con, por ejemplo, los más de 80 años en veinte países europeos. Permanecen en muchas partes del mundo problemas extremadamente graves, como la mortalidad infantil. Pero el hecho importante es que no se trata de abordar el problema desde el principio. Es mucho más útil comprender cuáles son las realidades evolutivas, en diferentes contextos de situación y de cultura, para estimular y desarrollar las que ya han demostrado ser eficaces.
El mismo concepto se aplica a la prevención y el tratamiento de graves enfermedades, con mejoras significativas no sólo en los países más avanzados. Por ejemplo, el número de muertes por SIDA ha disminuido en ocho años, la malaria se ha reducido un quinto en una década. Es claro que aún queda mucho por hacer, pero hay experiencias prácticas en las que basarse para obtener mejores resultados.
Otra afirmación de The Spectator es que, según un análisis de Peach Research Institute en Oslo, «hubo menos muertes en guerras en la última década que en cualquier período en el siglo pasado».
Esta, más que cualquiera otra evaluación numérica, es difícil de definir, ya que se carece de datos precisos sobre el número de víctimas y porque no está claro cuáles y cuántos conflictos armados pueden ser definidos como guerras.
Pero es cierto que la guerra, que se consideró inevitable (y celebrada como gloriosa) en toda la historia anterior de la humanidad, durante casi setenta años (es decir, desde el final de la Segunda Guerra Mundial) ya no es definible como una etapa trágicamente normal de los conflictos de poder ni siquiera como un mal necesario.
También The Spectator observa que no podemos darnos el lujo de quedarnos quietos y esperar que las situaciones de guerra (o, más en general, de violencia) se reduzcan espontáneamente. Sin embargo, es necesario entender que el desarrollo de la cultura y de la conciencia cívica es siempre indispensable, pero no es suficiente para resolver conflictos armados causados e impuestos por despiadados centros de poder.
En este caso, más que otros, se necesita del papel de las organizaciones internacionales. No están inactivas en el intento de combatir los brotes de guerra, pero siguen siendo dolorosamente inadecuadas en obtener resultados concretos.
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En resumen, la paradoja que nos ofrece este artículo puede ser discutible, pero no es un ejercicio vacío de optimismo sin sentido.
No niega u oculta la gravedad de los problemas que enfrentamos. Pero nos invita a comprender que hay soluciones y que para encontrarlas necesitamos sobre todo aprender de aquellas que ya han resuelto, o al menos reducido, muchas enfermedades y sufrimientos.
Con las desoladas elucubraciones dominantes del todo sale mal, crece el riesgo de derrotismo, de egoísmo, el refugio en los privilegios o en algún frágil carpe diem.
Es fácil predicar la solidaridad, mucho más difícil hacerlo. Pero es la única manera de evitar caer en un círculo vicioso de depresión y empeoramiento.
Sobre este tema véase también Humor y psyque